Las reseñas de Alberto Morate: «La vida empieza hoy». A flor de viva voz.

Los domingos hasta el 20 de noviembre se puede disfrutar de La vida empieza hoy en la Sala Lola Membrives del Teatro Lara a las 18:15h. Alberto Morate estuvo viendo la función ayer y esta es su reseña.

La vida empieza hoy, en cada instante, en cada momento, en cada segundo que pasa, no se detiene el tiempo, no podemos rectificar lo hecho ni hacer que las personas vuelvan. Lo que tenemos que intentar es que no se marchen nunca del todo, aunque ya no estén entre nosotros.

No sirve de nada el epitafio “aquí yace…”, hay que hacerlo brillar aunque solo sea en los sueños. De esa manera, siempre su presencia nos hablará, nos acompañará, nos consolará.

Cierto es que cuando nos falta un ser querido, y más cuando es una madre, las grietas y los silencios se nos cuelan por dentro. Pero, en su sabiduría, esa madre nunca nos abandona.

Así lo entiende Tonet Ferrer, que escribe y dirige este canto de hermosura emocional, de sentimientos a flor de viva voz, cantando en directo, pues el protagonista es letrista y compositor de canciones y solo las normas maternales, el cariño de quien lo engendró hace que se esfuerce por salir adelante.

Puede que se confunda con los sueños y no distinga bien la realidad de lo onírico, pero en este caso, no importa eso, sino los diálogos, la complicidad entre madre e hijo, la música en directo, las canciones que se cantan, ampliamente conocidas, pero que se ajustan como una arteria al corazón para los sentimientos.

Te envuelven en una atmósfera de cariño, de abrazos y cercanías, de besos que ya no podrán ser, de una tristeza inevitable, pero que no debe impedir salir adelante, porque La vida empieza hoy.

Aitor Caballer y Pepa Chamorro son los intérpretes que se asoman a este pequeño reducto cotidiano de una habitación o una casa donde se mira a los ojos de la muerte con la ternura del amor, de la verdad, del refugio de la esperanza. Cantan y expresan con familiaridad particular su relación estrecha de jardín duradero.

Y además, tratan ese tema de madre e hijo/a, de pérdida, de desolación, de lluvias torrenciales sin que caiga una gota de agua. Porque al final, todo será sol que impulsa al muchacho a ser creativo, a no cejar en el empeño.

No, una madre no descansa en la tierra para siempre, nunca será así, porque seguirá atendiendo los fondos amargos de su hijo, o celebrando sus alegrías, convirtiéndose en el acicate que mueve el mundo para que no haga aguas y podamos seguir siendo niños en nuestro recuerdo. Aunque el tiempo no se detenga, precisamente porque La vida empieza hoy. Eso es lo que en esta obra de teatro vemos.

Alberto Morate tiene el teatro como modus vivendi. Durante más de 40 años ha sido profesor de dramatización, ha dirigido grupos de teatro, ha escrito obras y ha interpretado ocasionalmente como actor. Desde el año 2014 también reseña funciones y espectáculos. Realiza sus crónicas con un estilo peculiarmente poético, haciendo hincapié en el tema, y comentando las representaciones desde un punto de vista emocional, social y humano.


Las reseñas de Alberto Morate: YERMA. Yo misma he matado a mi hijo.

Yerma debería ser una canción. Una canción triste, pero no conformista. También un mar embravecido. No quiere conformarse con unas aguas calmadas.

Tiene mucha pasión en su interior, tiene un sueño. Un sueño fértil que no consigue hacer realidad.

Yerma está en sombras. Es la noche inmensa sin estrellas. Ve germinar los campos, ve prosperar a su marido, pero se le escapa el sueño en la frustración de no conseguir lo que más desea.

Yerma lo intenta, pero ha perdido la risa. Sí, podría mandarlo todo a la mierda y olvidarse del honor, de las convenciones, y seguir el dictado de su corazón. Pero estamos en 1934, como nos lo recuerda Teatro Urgente en su prólogo, y tendrá que luchar, todavía, contra costumbres casposas de una España de sacristía y en niebla.

Yerma no puede respirar, no la dejan. Le pesa el alma. Y aún no le han crecido las alas para buscar otro nido, para amanecer en una independencia en la que solo se necesite a sí misma.

Seguirá estando desnuda en boca de todos, de las lavanderas, de sus cuñadas silenciosas, de Juan, su marido que no cree en ella, de Víctor, que sí la desea pero teme ese qué dirán y por eso se marcha. Han puesto límites a Yerma. Está entre rejas, las propias y las que le tienden para que no se salga con la suya.

Cada lectura de Yerma, cada representación, cada visión, debe ajustarse a la emoción que engendra. Yerma no puede preñarse, pero desencadena un vergel de sentimientos, un ansia de poesía, una exigencia social que no pasa de tiempo ni de moda.

Están las palabras y diálogos de Federico García Lorca, auténticas, vivas, verdaderas. Está la puesta en escena de Teatro Urgente, con Ernesto Caballero a la cabeza, un poema trágico con Karina Garantivá como protagonista que no se arredra, sabiendo que ella misma se condena. Aunque desde el público no la juzguemos, porque es nuestra.

Yerma espera que la comprendamos, a pesar de la violencia final. La única forma de arrancarse esa obsesión es quitando de en medio a quien la hace fracasar (“yo misma he matado a mi hijo”).

Completan el reparto de esta versión acercándola a nuestra estética actual, además de Karina Garantivá, Rafael Delgado, Felipe Ansola, Raquel Vicente, Ksenia Guinea y Ana Sañiz.

En otra crónica anterior señalé que cada Yerma, dependiendo de quién la personifique y cómo, será distinta. Como debe de ser. Cada Yerma renace en cada nuevo montaje, en cada nueva función, porque es un embrión fecundado que Lorca nos dejó para que cada uno lo desarrollara como quisiera.

Alberto Morate tiene el teatro como modus vivendi. Durante más de 40 años ha sido profesor de dramatización, ha dirigido grupos de teatro, ha escrito obras y ha interpretado ocasionalmente como actor. Desde el año 2014 también reseña funciones y espectáculos. Realiza sus crónicas con un estilo peculiarmente poético, haciendo hincapié en el tema, y comentando las representaciones desde un punto de vista emocional, social y humano.

Las reseñas de Alberto Morate: VIVO VIVALDI. La música tiene forma.

La música tiene forma. No es solo sonido, melodía, acordes. Tiene forma de sombra y de nubes, de vestidos de papel que suenan, tiene el sonido del mar, tiene el camino de una alfombra roja por la que pisan y pasan y pasean los bailarines que le dan esa forma.

La música, y concretamente la de Vivaldi, tiene la forma de la primavera, de las cuatro estaciones, y el sonido también de la lluvia y de la tormenta. Tiene la voz de la poesía y la piel de las musas que la inspiran.

Tiene el poder del movimiento y la atracción de la diosa que maneja a las ninfas. Tiene la avidez del cariño, y el florecimiento de un árbol majestuoso en medio del bosque. La música no tiene los pies en el suelo, porque estos, vuelan. Ejecutan piruetas imposibles, brazos como alas, cuerpos flexibles de agua y viento, luz en las tinieblas.

La compañía 10&10 Narváez, Runde, Sanz crean un espectáculo de danza para todos los públicos, donde niños y adultos nos quedamos con la boca abierta. Vivo Vivaldi y vivo la música, que tiene forma, y el baile que es un vaivén de hojas de otoño y de olas en la orilla, de ramas que se agitan con el aire, de nieve que cae, de brillo por el sudor de los cuerpos, de manos que se acercan.

Alberto Almazán, Paula Castellano, Luis Carlos Cuevas, Beatriz Francos, Inés Narváez, Mónica Runde, Elisa Sanz, José Luis Sendarrubias, Gonzalo Simón e Irene Vázquez nos levantan las emociones, la ternura, los latidos del corazón que van al compás de la música y de la luna que parece iluminar a los bailarines en un espectáculo ágil y entretenido, lleno de sorpresas, orquestación de cuerpos en un tiempo que parece que se detiene, pero que vuela.

La música tiene la forma que le dan estos danzantes, la forma del humo siempre cambiante, la de las manos que construyen, la de la palabra también, la que se susurra y solo se oye en el interior de uno mismo, la de la naturaleza que germina en un espectáculo de cuento, en una puesta en escena de melodías dulces, de líquido amniótico en la platea, de estrella y verdad, de sueños y de música que se escapa para encontrarse en los cuerpos de los que danza sin tregua.

Alberto Morate tiene el teatro como modus vivendi. Durante más de 40 años ha sido profesor de dramatización, ha dirigido grupos de teatro, ha escrito obras y ha interpretado ocasionalmente como actor. Desde el año 2014 también reseña funciones y espectáculos. Realiza sus crónicas con un estilo peculiarmente poético, haciendo hincapié en el tema, y comentando las representaciones desde un punto de vista emocional, social y humano.

Las reseñas de Alberto Morate: «Indomable». Dar importancia a las metáforas.

Nos vamos conformando con lo que nos ofrecen, para no complicarnos la vida. Es más sencillo pasar desapercibido y asentir, que protestar y caminar por un camino de ortigas. Pero siempre hay indomables, gente aislada que se interroga y se cuestiona, que quiere remover conciencias, que se mancha la ropa y se desnuda quitándose todas las vestimentas de los personajes que les tocan hacer a lo largo de su vida.

Se palpan los vientres y aunque hayan ganado peso, quieren mantener la flexibilidad, no ser un esqueleto rígido y deshojado de piel, vísceras y órganos vitales.

Creo que esa es la motivación de Jorge Albuerne, y así nos presenta Indomable, aunque él no se coma 50 huevos duros en escena. Pero sí nos muestra las caretas del fascismo, nos pone el recuerdo de aquellos que nos hicieron sufrir porque les apetecía, o desaparecer porque les molestaba que alguien pudiera saltarse la norma.

El intérprete, en una especie de performance de dolor del mundo, interactúa con el público, los implica, mezcla payasadas circenses con personajes que fueron el cáncer de la sociedad de entonces (aquellas épocas pasadas), quiere despertar a los dormidos y dar importancia a las metáforas.

Se convierte en mendigo, en demonio, en clown, en showman, en presentador, en conciencia, en entraña. Indomable de las ideas, del trabajo de oficina, de los montajes en cadena, de bajar a la mina, de dar la predicción del tiempo, ¡qué más da!,… lo que pretende es encender una chispa en nuestras almas adormiladas.

Según el propio Jorge Albuerne, “dirige e interpreta esta obra con textos propios, siempre atravesados por las lecturas de otros como José Sanchis Sinisterra, Hakim Bei, Susan Sontag, John Berger o Roberto Juarroz, así como extractos de interpretaciones de Eugen Cicero y Frank Sinatra, entrevistas a gentes indeseables y recortes de la película de Stuart Rosenberg, (La leyenda del indomable), que narra la historia de un condenado a trabajos forzados que encarna todos los atributos del antihéroe: es joven, es rebelde y está cargado de razones contra el sistema”. No sé si esto es así, mi vasta cultura no basta para discernir tantas fuentes, y si lo dijo Heidegger o Perico el de los Palotes. Pero sí llego al entendimiento del no conformismo, del grito social de forma teatral, de derribar torres de marfil, de bajar a la calle y humanizarse a pesar de los demás, de recordar la sangre que derramaron indeseables.

¿Indomable, rebeldía? ¿O solo desnudar el alma y que cada día sea una página en blanco y escribamos y representemos lo que nos venga en gana?

Alberto Morate tiene el teatro como modus vivendi. Durante más de 40 años ha sido profesor de dramatización, ha dirigido grupos de teatro, ha escrito obras y ha interpretado ocasionalmente como actor. Desde el año 2014 también reseña funciones y espectáculos. Realiza sus crónicas con un estilo peculiarmente poético, haciendo hincapié en el tema, y comentando las representaciones desde un punto de vista emocional, social y humano.

Las reseñas de Alberto Morate: LO QUE TÚ NOS DEJAS. Por eso te escribo esto.

Alberto Morate se acercó al Teatro del Barrio a vibrar con Inma Cuevas con Lo que tú nos dejas. La intérprete además estrena en breve Lavar, marcar y enterrar el musical como adelantamos en un reciente post.

Creo que mis palabras, lanzadas al aire o escritas en una carta, te llegarán, de algún modo. No entraba en nuestros planes que ya no estuvieras. Y así lo pienso ahora, después del tiempo. Estás ahora y entre nosotros. En mis recuerdos. En el tiempo que se ha quedado detenido para mí, y aunque siga pasando, no importa. Vivo en un otoño perpetuo. Con las hojas de los árboles caídas por el suelo sin posibilidad de que vuelvan a crecer otras. Con las hojas de mis cartas que te escribo y te leo para que sepas de mí, de nosotros.

Fuiste auténtico, vibrabas con el canto de los pájaros y con los charcos de la lluvia. Sí, ahora soy yo la que llueve por dentro, tu madre. Pero mi anhelo es sentirte, real y cotidiano, a pesar de las circunstancias aciagas de tu partida. Los demás iremos cambiando, tú seguirás perpetuamente siendo el que eras, íntegro, sensible, nuestro.

En este monólogo, Inma Cuevas nos recita un poema, un canto de desolación y desasosiego cargado de ternura y nostalgia. Un estremecimiento en forma de palabras, de silencios, de voz quebrada, de pugna entre hundirse o subsistir en un recuerdo entre la soledad o salir adelante, con la conciencia de los sentimientos. No, no está loca por escribir cartas a su hijo, por lanzarlas al viento, de esa manera lucha y, de alguna forma, es capaz de afrontar tanto sufrimiento.

Basado en un texto de Alba R. Santos, la actriz se autodirige e interpreta con toda la sensibilidad demostrada en otros trabajos, que su canto es libre y necesario, terapéutico, sentido, en un vaivén de entre el pasado y lo que sucederá luego.

Lo que tú nos dejas es un texto herido del corazón, son los órganos de un chico joven que servirán para otros, es el amor sin pretenderlo. Palpita vivo este soliloquio, dulcemente triste, luz tenue de sentimientos que vadean noches, olvidos, silencios.

Amor y palabras, voz y escritura, poesía que no busca el éxito, que se aproxima a ti desde la emoción y resurge desde la sombras y la pesadumbre hasta encogerse el corazón, huérfana y errante que busca encontrarse en un sueño de irrealidad que conecte con lo que está viviendo.

No te olvidaré, hijo, por eso te escribo esto. Nos dejaste, pero sabemos que no estamos solos.

Alberto Morate tiene el teatro como modus vivendi. Durante más de 40 años ha sido profesor de dramatización, ha dirigido grupos de teatro, ha escrito obras y ha interpretado ocasionalmente como actor. Desde el año 2014 también reseña funciones y espectáculos. Realiza sus crónicas con un estilo peculiarmente poético, haciendo hincapié en el tema, y comentando las representaciones desde un punto de vista emocional, social y humano.

Las reseñas de Alberto Morate: PENSAR EL DINERO. El dios de la sociedad

El dinero. No lo busques. Posiblemente no lo tienes. Lo más seguro es que lo tengan otros. Hay mucho dinero, pero no lo hay para todos. Y tú no estás entre los que lo poseen.

Los que lo acaparan no suelen acudir a estos teatros, a ver a dos señores, que se hacen llamar Los Torreznos, a que los critiquen. No les gusta, y no es entendible el porqué. Nosotros sí lo entendemos, pero ellos no. No le ven la gracia. Con el dinero no se juega, que siempre se acaba perdiendo. Si lo tienes, claro. Si no, lo que haces es buscarlo sin encontrarlo.

Por eso Rafael Lamata Cotanda y Jaime Vallaure nos lo quieren explicar. Nos dicen cuáles son las 100 empresas mundiales más acaparadoras de dinero. No lo podrás obtener jamás (el dinero) porque lo ostentan ellas (las empresas).

Y nos lo relatan a modo de sorteo de la lotería en algunas ocasiones, de mercado de abastos en subasta en otras o de lonja de pescado al mejor postor. Son dos conferenciantes en un sin vivir en mí, dos bufones que le cantan las verdades al pueblo soberano, dos actores realizando una performance sin perder los estribos, dos intérpretes que improvisan dominando bien la técnica del ensayo para que todo salga como estaba previsto.

Y, además, y para mayor escarnio, nos dan dinero. ¿O es que un céntimo no puede considerarse dinero? Claro que lo es, con un céntimo se crearon grandes fortunas. Eso es de lo que presumen los hacedores de las grandes fortunas, aunque sea difícil creerlos.

Pensar el dinero, pesar el dinero, pasar del dinero, pisar el dinero como si fuera uva y sacarle todo el jugo, posar con dinero, querer beberse el poso del dinero, tener el dinero como cojín para las posaderas. Poderoso caballero es don Dinero. De ahí que en épocas de crisis los pobres son más pobres y los pobres ricos son cada vez menos pobres.

Los Torreznos nos hablan de que el dinero no cambia, pero cambia de manos, aunque no sean las nuestras. Nos muestran que en 14 años el dinero es capaz de multiplicarse por arte de la historia inmediata, porque unas empresas y marcas hacen nacer a otras pero, curiosamente, quien está detrás son las mismas personas. Nos conminan a no ahorrar, porque aunque digan que dinero atrae a dinero, si esto es así, lo poco que tienes se irá donde lo tienen los que más tienen, efecto imán. Con ironía, con los datos sobre la mesa, con el ranking de menos a más.

Conclusión: el dinero está hecho para pecar. Para disfrutar, para quererlo, para verlo pasar. Es hermoso sí, nadie lo puede dudar, es el auténtico dios de nuestra sociedad.

Alberto Morate tiene el teatro como modus vivendi. Durante más de 40 años ha sido profesor de dramatización, ha dirigido grupos de teatro, ha escrito obras y ha interpretado ocasionalmente como actor. Desde el año 2014 también reseña funciones y espectáculos. Realiza sus crónicas con un estilo peculiarmente poético, haciendo hincapié en el tema, y comentando las representaciones desde un punto de vista emocional, social y humano.

Las reseñas de Alberto Morate: ADICTOS. Cantos de sirena.

Ya Aldous Huxley en “Un mundo feliz” nos mostraba una sociedad que había ganado en avances tecnológicos y que pretendía una utopía donde no hubiera enfermedades, clases sociales, y todo estuviera repartido, de forma supuesta, equitativamente. Pero se había perdido la libertad, el arte, las emociones… y que, a la postre, sería una manipulación de la política y los poderes fácticos.

Más o menos, eso viene a pasar en Adictos, donde todo, con una blancura aséptica e impoluta, va encaminado a la alta tecnología, a generar mejoras en el modus vivendi, a pretender que las personas puedan caminar sobre las aguas, metafóricamente. Pero, en realidad, como una guadaña que no cercena, la manipulación es evidente, aunque quieran mantenerla oculta. Cantos de sirena. Y, sin embargo, las revoluciones se suceden, las protestas, no conviene tampoco que el mundo se entere de ciertos tejemanejes.

Daniel Dicenta Herrera y Juanma Gómez firman esta blancura de lirios, delirios, locura, experimentos, que van hacia una elegía sin exterminio, solo (y nada menos), que a una trituradora de la libertad, a acuchillar las emociones, porque si se amurallan las conductas, aquí paz y después olvido.

En escena, tres mujeres. Tres actrices que se mantienen en pie con la dignidad de tres gigantes que intentarán luchar contra el stablishment del control remoto. Lola Herrera, hermosa nube en un atardecer soleado, con la elegancia de las grandes damas, metal de oro de la escena. Acompañada de dos no menos estrellas, Lola Baldrich y Ana Labordeta, exactas en sus roles, emitiendo un aroma de cosecha recién segada, de petricor en la cima del mundo. Y, para no dejar el trío solo, se apoyan en la mano firme y decidida, pero con mucha ternura, en la dirección de Magüi Mira, que vive en ellas, que les dedica su balada del silencio para que se ilumine la luna.

Nos acercamos a ese futuro que vaticinan los autores, o la fuerza del amor, del cariño, del instinto humano y no cibernético deberá seguir en la lucha. Aún debe brotar la esperanza entre el nácar hipnótico de los que ya solo ven negocio, manipulación, economía. Seamos Adictos de los valores, no de la tecnología, no de la realidad virtual, no de la modificación genética, no de las máquinas, por mucho que estas hablen y parece que piensen porque si no, llegará un día en que los utensilios (útiles para ellos, los que mandan) seamos nosotros.

Alberto Morate tiene el teatro como modus vivendi. Durante más de 40 años ha sido profesor de dramatización, ha dirigido grupos de teatro, ha escrito obras y ha interpretado ocasionalmente como actor. Desde el año 2014 también reseña funciones y espectáculos. Realiza sus crónicas con un estilo peculiarmente poético, haciendo hincapié en el tema, y comentando las representaciones desde un punto de vista emocional, social y humano.

Las reseñas de Alberto Morate: «¿Cómo hemos llegado hasta aquí?» Sin que nadie nos fuerce.

Palabras para exorcizar lo que nos marcó en un camino lleno de piedras. Partiendo de un supuesto Talk Show, Cómo hemos llegado hasta aquí, dos amigas, ahora una, presentadora y la otra, la protagonista de la historia que nos irán contando ambas y todos los escollos que tuvo que pasar la segunda, que tenemos que salvar cada uno constantemente, a no ser que seamos “personas normales”. Pero si un aire distinto nos sopla, entonces solventar los inconvenientes que nos vamos encontrando a cada paso, resulta agotador, fatídico, frustrante a veces, insoportable otras, y enérgicamente injusto muchas más.

Desde los años escolares, ¿por qué tendrán que fijarse en mí aquellas que no les importa cómo soy, cómo me siento, qué gestos hago, o con quién hablo y con quién no lo hago? Y también la madre, la familia, el qué dirán, a nuestra hija no puede sucederle, cómo va a ser lesbiana, o gay, o pedorra, ponga usted por caso, eso ¿en qué cabeza cabe? Y los compañeros, los amigos, entrecomillas, del barrio, del trabajo, los jefes, los que dicen las noticias, los que marcan las leyes, los que nos pretenden, los que no quieren saber nada, los que nos miran de reojo y los que lo hacen de frente con descaro, vaya usted a saber, todos influyentes en cómo me comporto, en cómo me visto, en cómo pienso, en cómo tomo decisiones, si me dejaran, claro.

Y nosotras, tristes a veces, reivindicativas, tímidas, decididas, iracundas, acomodaticias, arrojadas, despreciativas, que solo queremos que nos dejen en paz. Y en libertad, y en soledad cuando nos apetece, y en alegría y en donde nos dé la gana sin que nadie nos fuerce.

Con dramaturgia de Nerea Pérez de las Heras y Olga Iglesias, que lo interpretan con desparpajo, humor a raudales, veracidad tremenda, complicidad extrema, y Andrea Jiménez en la dirección, entre las tres se apoyan, se arropan, se crecen.

Y tratan todos los temas que son materia de escarnio, que son sueños de vindicaciones, que son crítica de las leyes, de las apariencias, que son objeto de noticia en medios de comunicación, que es ironía de lo que no debe hacerse, palabras para liberarse, dejar la sumisión, abrazarse, bailar, si fuera necesario, despelotarse (que no es el caso), reafirmarse por más que pese esa educación ancestral y casposa, por más que queramos infinitamente a la madre aunque ella nos desprecie, por más que esas palabras se queden en el pensamiento cuando se trata de escupirlas al jefe.

No, no somos esclavas, ni bufonas, ni títeres de feria, ni modelos de belleza, ni disminuidas, ni bichos raros, somos lo que somos, porque, sencillamente, nos apetece.

Puede que hayamos llegado hasta aquí por caminos tortuosos de una sociedad devoradora, pero una vez que estamos aquí, queremos hacernos valer, ser titánicas, apretar los dientes, y que el show sea un lugar común donde la gente, espectadores e intérpretes, se encuentren.

Alberto Morate tiene el teatro como modus vivendi. Durante más de 40 años ha sido profesor de dramatización, ha dirigido grupos de teatro, ha escrito obras y ha interpretado ocasionalmente como actor. Desde el año 2014 también reseña funciones y espectáculos. Realiza sus crónicas con un estilo peculiarmente poético, haciendo hincapié en el tema, y comentando las representaciones desde un punto de vista emocional, social y humano.

Las reseñas de Alberto Morate: TRIPLE TÉ. Tres eran tres.

Tres eran tres las hijas, hermanas, amigas, rivales, compañeras, del mismo padre y de la misma madre, pero cada una de su padre y de su madre, trillizas, aunque no se parezcan en nada, tres oficios, tres formas de ver y afrontar la vida, tres actitudes, tres personalidades, triplete de ases, triplete de líneas espectrales muy próximas, muy vivas, muy viscerales y, a su vez, humanas, cariñosas, sentidas, frustradas, exitosas, complementarias y necesitadas unas de otras, aunque no lo reconozcan.

Triple Té, en un trabajo dramatúrgico de las propias actrices, ponen sobre la mesa (que podría ser una mesa camilla perfectamente), no solo tres tazas de té humeante. Ponen, en una reunión aplazada, su forma de ser, su papel en este mundo, cómo encaran sus debilidades, cómo aprovechan sus fortalezas, cómo se arraigan en sus emociones. Una se pone en el té mucho azúcar, la otra nada, la otra toma té, pero no le gusta. Le echará sacarina y así se arregla.

El espectro del que hablábamos antes no es un muerto, aunque ya falte la madre, es la sociedad en gran medida: la triunfadora, la que no se arredra, la que se pone enseguida al día, la que no escucha a nadie y no importa porque habla ella. Después viene la que no está a gusto con nadie, o lo aparenta, la que protesta, la gafada, la que pone todo el empeño y otros se lo desbaratan. Y la tercera en discordia bien avenida, la trabajadora, la que no para, la que se entrega, la optimista que se viene abajo, la que requiere compañía y nunca tiene una auténtica pareja. Ella será la que genere y produzca un cambio, hay que romper con todo, tenemos que apoyarnos, salgamos de la zona de confort para entrar en otra zona más auténtica.

Ellas son Eva Latonda, Maru García Ochoa y Mariví Carrillo. Tres tal para cual, tres mellizas, tres estrellas. Las dirige dándoles un aire fresco de mediodía (y no de melancolía), Luis D’Ors, porque no las comprende, pero las acepta, tres insignias de plata en su pechera. Un texto ágil y con ritmo, que nos tiene sentados en las butacas con una sonrisa en la boca. Ellas liberan sus relaciones y nosotros, las secundamos en un tropo de semejanza ficticia que nos afecta porque es tan real y cotidiano, tan de nuestras cercanías, tan vivaz y contumaz, que nosotros mismos somos ellas.

Aunque no sea en presencia, con la interpretación de estas actrices vemos el cariño, el vínculo familiar, la infancia imaginada, lo no sucedido en escena. Pero en las tablas sí constatamos los secretos que se cuentan, sus debilidades y sus fuerzas, la aceptación de lo que son y no querer quedarse quietas. ¿Quién no quisiera tener tres hermanas como estas? Pues eso, vengan a conocerlas, que al final casi nos hacen un trípili para cantar con ellas.

Alberto Morate tiene el teatro como modus vivendi. Durante más de 40 años ha sido profesor de dramatización, ha dirigido grupos de teatro, ha escrito obras y ha interpretado ocasionalmente como actor. Desde el año 2014 también reseña funciones y espectáculos. Realiza sus crónicas con un estilo peculiarmente poético, haciendo hincapié en el tema, y comentando las representaciones desde un punto de vista emocional, social y humano.

Las reseñas de Alberto Morate: «Arte nuevo de hacer melindres en estos tiempos». Un pan como unas tortas.

En los textos clásicos, como están libres de derechos de autor, ciertos individuos a los que se les llama gente también, creen que pueden hacer de su lectura un pan como unas tortas. Y pretenden modernizar a costa de erróneas innovaciones para acercar al público de hoy a los autores de ayer con estrambóticas puestas en escena, canciones, músicas, vestuarios e, incluso, lenguaje, obras de teatro a las que solo hay que tratarlas con respeto y comprendiendo qué es lo que dicen. Y, claro, así pasa lo que pasa. Que la palabra se distorsiona, que se cae en la chabacanería o que se desnorta el sentido de la obra primigenia.

De ahí que, la Cía. Kazo, con dirección de Juan Polanco, busque la yema de la esencia del zumo de la harina del maíz de la masa madre. Es decir, cual Cervantes que escribe la mejor novela de caballerías para criticar las novelas de caballerías, ellos ponen el punto de mira en los montajes donde creen que por añadir referencias actuales, ya están recreando un clásico de forma moderna.

Enmarcado dentro del Clasic Off (X Festival Experimental de Teatro Clásico) de Nave 73, en realidad lo que nos traen, en una gran puesta en escena, son Los melindres de Belisa de Lope de Vega, añadiendo precisamente esos estrambotes para darnos a entender que las cosas se hacen bien o mal, pero no es bueno hacer las cosas a medias. Hay sarcasmo y conciencia, ronroneos de interrupciones para que se note que la torta hecha con pan no siempre tiene que ser buena.

Son buenos ellos. Firmes, decididos, valientes, inquietos, juguetones, arriesgados pero, también, respetuosos y concienciados y, encima, dicen bien el verso. (Iba a poner declaman, pero me suena a otra cosa).

Se nota la complicidad entre director y elenco: Alba Amat, Luz Araque, Luis Burgaz, Dani Jara, Nacho León, Raquel Robles, Jesús Rodríguez, Cristina Subirats. Muestran ternura, pasión, alas de querer trascender, algo de miedo, o respeto por lo menos, voluntad, crecimiento, riqueza creativa, solo limitados por el texto del gran Lope, al que hacen suyo, porque él también quisiera que el “Arte Nuevo de hacer comedias en estos tiempos” no se anquilose, se adapte a estos nuevos tiempos pero, ojo, sabiendo que no todo vale y que no todos valen y hay que convencer y divertir a este público que lo agradecerá para que el teatro no se vaya muriendo.

Un pan como unas tortas, hacer algo con gran desacierto, pero no es el caso. Este pan es auténtico. Es divertido, lisonjero, tiene ritmo, tiene calidad, vayan a verlo.

Alberto Morate tiene el teatro como modus vivendi. Durante más de 40 años ha sido profesor de dramatización, ha dirigido grupos de teatro, ha escrito obras y ha interpretado ocasionalmente como actor. Desde el año 2014 también reseña funciones y espectáculos. Realiza sus crónicas con un estilo peculiarmente poético, haciendo hincapié en el tema, y comentando las representaciones desde un punto de vista emocional, social y humano.