Ya Aldous Huxley en “Un mundo feliz” nos mostraba una sociedad que había ganado en avances tecnológicos y que pretendía una utopía donde no hubiera enfermedades, clases sociales, y todo estuviera repartido, de forma supuesta, equitativamente. Pero se había perdido la libertad, el arte, las emociones… y que, a la postre, sería una manipulación de la política y los poderes fácticos.
Más o menos, eso viene a pasar en Adictos, donde todo, con una blancura aséptica e impoluta, va encaminado a la alta tecnología, a generar mejoras en el modus vivendi, a pretender que las personas puedan caminar sobre las aguas, metafóricamente. Pero, en realidad, como una guadaña que no cercena, la manipulación es evidente, aunque quieran mantenerla oculta. Cantos de sirena. Y, sin embargo, las revoluciones se suceden, las protestas, no conviene tampoco que el mundo se entere de ciertos tejemanejes.
Daniel Dicenta Herrera y Juanma Gómez firman esta blancura de lirios, delirios, locura, experimentos, que van hacia una elegía sin exterminio, solo (y nada menos), que a una trituradora de la libertad, a acuchillar las emociones, porque si se amurallan las conductas, aquí paz y después olvido.
En escena, tres mujeres. Tres actrices que se mantienen en pie con la dignidad de tres gigantes que intentarán luchar contra el stablishment del control remoto. Lola Herrera, hermosa nube en un atardecer soleado, con la elegancia de las grandes damas, metal de oro de la escena. Acompañada de dos no menos estrellas, Lola Baldrich y Ana Labordeta, exactas en sus roles, emitiendo un aroma de cosecha recién segada, de petricor en la cima del mundo. Y, para no dejar el trío solo, se apoyan en la mano firme y decidida, pero con mucha ternura, en la dirección de Magüi Mira, que vive en ellas, que les dedica su balada del silencio para que se ilumine la luna.
Nos acercamos a ese futuro que vaticinan los autores, o la fuerza del amor, del cariño, del instinto humano y no cibernético deberá seguir en la lucha. Aún debe brotar la esperanza entre el nácar hipnótico de los que ya solo ven negocio, manipulación, economía. Seamos Adictos de los valores, no de la tecnología, no de la realidad virtual, no de la modificación genética, no de las máquinas, por mucho que estas hablen y parece que piensen porque si no, llegará un día en que los utensilios (útiles para ellos, los que mandan) seamos nosotros.
Alberto Morate tiene el teatro como modus vivendi. Durante más de 40 años ha sido profesor de dramatización, ha dirigido grupos de teatro, ha escrito obras y ha interpretado ocasionalmente como actor. Desde el año 2014 también reseña funciones y espectáculos. Realiza sus crónicas con un estilo peculiarmente poético, haciendo hincapié en el tema, y comentando las representaciones desde un punto de vista emocional, social y humano.
