Hay quien piensa que lo más temible del teatro son los espectadores más pequeños. Tienen la etiqueta de ‘difíciles’, no sin razón. Su atención sólo se fija en el escenario si lo que están viendo les interesa de verdad. Si no es así, se les oye moverse en la butaca, berrear desde su asientos…. Pero cuando ocurre la MAGIA del teatro, se convierten en los mejores espectadores, con una escucha tan activa que ya me gustaría a mí ver en muchos espectadores que ya peinan canas. El niño tiene los sentidos muy agudizados, mucho más de lo que muchas productoras se puedan pensar, y ver una representación a veces con ellos puede ser difícil. Que son los críticos más duros y mordaces, vaya.
Los lectores del blog habrán comprobado que los espectáculos ‘familiares’ no ocupan excesivo espacio en mis artículos. Más que nada por un montón de oportunidades desaprovechadas que he visto sobre los escenarios. El filón de los musicales infantiles ha hecho que gente con poco sentido artístico y más ganas de hacer pasta- bueno, eso sobre todo antes del IVAZO- se aventuren a hacer espectáculos que rozan el bochorno absoluto. Libretos planos, sin gracia, dirigidos a un público que suponen ellos como ‘inferior’. Pero yo siempre intento ser justo y es cierto que si se sabe buscar entre tanta paja aparece algo de grano.
Hace un año descubrí el trabajo de Trencadís Produccions, una productora valenciana especializada en musicales originales basados en cuentos populares. Entonces estaban presentando Aladín, un musical genial, un acercamiento al clásico con guiños al público adulto. Sí, señores productores, los niños no van solos al teatro, no se olviden de esto. No se pueden tirar hora y media dando palmitas haciendo el indio mientras corean letras cuyo único objetivo es emblandecer el cerebro infantil- y por extensión el de sus sufridos padres, a los que luego no les apetece volver a traer a sus hijos en una temporada. Como decía, lo que me gustó de este Aladín es lo ameno y divertido que se le hacía al público adulto. Sus risas y su cara de satisfacción sobresalían en el patio de butacas incluso más que las de sus risueños hijos. Anoche volví a sentir lo mismo. Teatro Rialto de la Gran Vía, meca de los musicales en nuestro país. Estreno de Pinocho, un musical para soñar, la nueva aventura de estos locos teatreros valencianos- hay que estarlo para mover tres musicales a la vez por toda España, con la que está cayendo. Y sí, ayer por la tarde se volvió a hacer la MAGIA. El niño que tenía detrás de mí, cara de pillín inquieto, escucha el aviso y repite con ilusión: «Quedan tres minutos para ver a Pinocho, papi». Se levanta el telón y el niño se queda clavado mirando el escenario. Al echar el telón, no quiere abandonar el teatro. Está de subidón… teatral. El rey de la casa no es el futuro del teatro, es el presente. Seguro que recordará este día tan especial mucho tiempo y estará deseando que productoras como Trencadís, con José Tomás Cháfer y Josep Mollá a la cabeza, le sigan haciendo creer que todo es posible encima de un escenario.
