Esta semana coinciden en la excelsa cartelera de Madrid tres nombres imprescindibles de la escena nacional e internacional: Verónica Forqué, Federico Luppi y Philippe Genty. Dos de estas propuestas, y por tiempo limitadísimo, se exhiben en los Teatros del Canal.
Sólo hasta el 22 de febrero se puede disfrutar de Ne m’oublie pas, de Philippe Genty, en los Teatros del Canal. Genty y su mujer Mary Underwood se rodean de nueve actores de la escuela de teatro gestual de Verdal (Noruega) para crear una coreografía donde actores y marionetas de tamaño humano se mezclan y confunden con mágicos entornos nórdicos. A pesar de la ‘fría’ localización, el espectáculo es emoción pura. Un montaje lleno de poesía que nos hace creer que todo es posible encima de un escenario.
También estará sólo hasta el 22 de febrero en el Canal El reportaje con, redoble de tambores, Federico Luppi. Un exmilitar argentino que participó en la represión estatal durante la dictadura, hoy en la cárcel, acepta una entrevista para un reportaje televisivo sobre su participación en el incendio del teatro El Picadero, que ardió una noche de julio de 1981. En la Sala Negra de los Teatros del Canal- una especie de Sala Off del espacio escénico madrileño- Luppi consigue humanizar a un personaje por el que el espectador no debería sentir en principio empatía alguna. Cuando uno ve este montaje inevitablemente le viene a la cabeza Frost contra Nixon, aquella obra en la que un periodista televisivo sacaba los trapos sucios del ex presidente americano. Supongo que ocurrirá lo mismo con Las guerras correctas, que espero ver pronto en el Teatro del Barrio. Como en aquel enfrentamiento antológico, el entrevistado tiene frente a sí a alguien que le mantiene la mirada y de qué manera. Gran trabajo de Susana Hornos. Teatro testimonial de un momento concreto de la historia, pero no algo meramente documental, sino un texto vivo, que mantiene la atención del espectador de principio a fin. Vayan a ver al maestro argentino, les regalará una nueva lección de interpretación, pura elegancia y saber estar encima de las tablas.
«Nunca Verónica Forqué ha estado igual». Ese era el comentario generalizado que escuché en la primera representación de Buena Gente y que comparto totalmente. Cuando uno ve a «La Forqué» metida en la piel de la protagonista de esta obra del dramaturgo David Lindsay- Abaire que ha triunfado en todo el mundo y que, estoy seguro, también lo hará en la Gran Vía, piensa que el papel parece hecho a su medida. La actriz ha puesto lo mejor de si en escena en un momento personal delicado. La protagonista de Shirley Valentine transita por las aristas emocionales de Margarita y nos lleva de la risa a la emoción en esta tragicomedia contemporánea que ‘tocará’ al espectador. David Serrano ha sabido rodearse de un espléndido reparto para esta gran aventura teatral. La parte femenina la completan Pilar Castro y Susi Sánchez. Castro muta a lo largo de la función, ya que se mueve entre la casera choni de la protagonista y la esposa- rollo Carla Royo-Villanova- del protagonista. Serrano conoce muy bien los recursos de la actriz- a la que ha dirigido en varias ocasiones- y los explota al máximo en el contraste entre ambos personajes. Todo un reto que Castro capea con brillantez. Tras sobrecogernos con Cuando deje de llover, Susi Sánchez se pasa a la comedia, todo un reto para una actriz acostumbrada al drama. Con Buena Gente descubrimos que tiene una innegable vis cómica que, esperemos, de aquí en adelante más adelante explote en sus, siempre, espléndidos trabajos. Diego Paris, un habitual en los trabajos de David Serrano, se enfrenta por primera vez a un roll que sale de lo estrictamente cómico, registro al que nos tenía acostumbrados hasta ahora. Y lo solventa con brillantez cual José Luis López Vázquez en una tragicomedia berlanguiana.
Y para el final dejo al coprotagonista de esta función: Juan Fernández. David Serrano ha sabido ver en el actor algo más que una presencia y una voz y eso se traduce en que el actor ha conseguido una verdad única, regalándonos el que quizás sea su mejor trabajo hasta la fecha encima de las tablas. El director le ha cogido el ritmo a la dramedia de David Lindsay- Abaire de una forma encomiable. Juegan a su favor las brillantes transiciones en las que los personajes de una escena se cruzan con los de la otra mientras cambian el decorado. En definitiva, un montaje vibrante, lleno de emociones, que debería romper las taquillas una larga temporada en el Rialto.