La música tiene forma. No es solo sonido, melodía, acordes. Tiene forma de sombra y de nubes, de vestidos de papel que suenan, tiene el sonido del mar, tiene el camino de una alfombra roja por la que pisan y pasan y pasean los bailarines que le dan esa forma.
La música, y concretamente la de Vivaldi, tiene la forma de la primavera, de las cuatro estaciones, y el sonido también de la lluvia y de la tormenta. Tiene la voz de la poesía y la piel de las musas que la inspiran.
Tiene el poder del movimiento y la atracción de la diosa que maneja a las ninfas. Tiene la avidez del cariño, y el florecimiento de un árbol majestuoso en medio del bosque. La música no tiene los pies en el suelo, porque estos, vuelan. Ejecutan piruetas imposibles, brazos como alas, cuerpos flexibles de agua y viento, luz en las tinieblas.
La compañía 10&10 Narváez, Runde, Sanz crean un espectáculo de danza para todos los públicos, donde niños y adultos nos quedamos con la boca abierta. Vivo Vivaldi y vivo la música, que tiene forma, y el baile que es un vaivén de hojas de otoño y de olas en la orilla, de ramas que se agitan con el aire, de nieve que cae, de brillo por el sudor de los cuerpos, de manos que se acercan.
Alberto Almazán, Paula Castellano, Luis Carlos Cuevas, Beatriz Francos, Inés Narváez, Mónica Runde, Elisa Sanz, José Luis Sendarrubias, Gonzalo Simón e Irene Vázquez nos levantan las emociones, la ternura, los latidos del corazón que van al compás de la música y de la luna que parece iluminar a los bailarines en un espectáculo ágil y entretenido, lleno de sorpresas, orquestación de cuerpos en un tiempo que parece que se detiene, pero que vuela.

La música tiene la forma que le dan estos danzantes, la forma del humo siempre cambiante, la de las manos que construyen, la de la palabra también, la que se susurra y solo se oye en el interior de uno mismo, la de la naturaleza que germina en un espectáculo de cuento, en una puesta en escena de melodías dulces, de líquido amniótico en la platea, de estrella y verdad, de sueños y de música que se escapa para encontrarse en los cuerpos de los que danza sin tregua.
Alberto Morate tiene el teatro como modus vivendi. Durante más de 40 años ha sido profesor de dramatización, ha dirigido grupos de teatro, ha escrito obras y ha interpretado ocasionalmente como actor. Desde el año 2014 también reseña funciones y espectáculos. Realiza sus crónicas con un estilo peculiarmente poético, haciendo hincapié en el tema, y comentando las representaciones desde un punto de vista emocional, social y humano.
