Orgasmos epistolares a ritmo de rock and roll y una del Siglo de Oro hecha como en los 60

Acaba de arrancar el Fringe 2013 con una propuesta escénica, Las amistades peligrosas, que huye del icónico clásico cinematográfico para poner en escena una «refrescante» visión de la novela de Pierre Choderlos de Laclos. Y mientras Almagro ya ha comenzado, ha entrado en Madrid una compañía cubana que se atreve con nuestro Siglo de Oro.

La visión de Javier L. Patiño y Dario Facal parte de la estructura epistolar de la novela. Se ponen en escena las misivas entre Merteuil, Valmont y los diferentes personajes que se interponen entre esta ‘pasional’ pareja. A priori puede ser una osadía apostar por la estructura epistolar 1) Por la posibilidad de caer en un teatro sin apenas acción 2) Por no cumplir con las expectativas de los espectadores de la recordada película. Pero, lo cierto, es que esta puesta en escena no se queda en eso, es mucho más. Es un concierto de rock and roll en el que el deseo brota a través de la batería. Carmen Conesa, que se lleva la función de calle en un desgarrador monólogo al final de la función, es una inolvidable Merteail. La hace frente, a veces literalmente y otras solo a través de las palabras de las cartas, un irresistiblemente arrebatador Cristobal Suárez, un tirano del amor que destruye todo lo que toca. Y, el gran descubrimiento de la función es la Cecile de Lucía Díez, una bellísima actriz que dota de luz a esta pacata chica. Pero entonces aparece el Valmont de Suárez y se convierte en una fiera, en una diosa, en una estrella del rock and roll. Y vemos su arco interpretativo y nos damos cuenta de que esta actriz dará mucho que hablar. Con más humor que el reciente Barroco de Pandur, la versión vista en el Matadero es energética, deslumbrante y muy refrescante. El teatro es el mejor sitio para estar cuando algo te gusta y el peor, qué ganas dan a veces de meterse debajo de la butaca, cuando algo no te gusta. Con Las amistades peligrosas tienes ganas de seguir disfrutando de esta ópera rock  apócrifa, por decirlo de alguna forma.

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Es difícil montar el Siglo de Oro, pero a estas alturas de la película pensé que no vería una puesta en escena casi museística y arqueológica. Me refiero a una forma de decir el verso que suena a rancia, a otro tiempo y a un vestuario que nada entre lo «apolillado» y la pura y recargante fantasía. Me refiero al espantoso, no podría tildarlo de otra forma, montaje de Celos y agravios que ha traído una compañía cubana a Madrid en plena verano.  Tiene algo de gracia en algún pasaje y han hecho el esfuerzo de ‘neutralizar’ el acento cubano, pero el resultado es cuanto menos decepcionante. No hay ningún actor a la altura, aunque lo cierto es que el texto reincide en las estructuras más tópicas y repetidas de la considerada por muchos edad dorada de nuestro teatro, hay su momento de anagnórisis, su criado que se hace pasar por amo y todos esos recursos tan reconocibles… He visto unos cuantos montajes excelentes con nuestro Siglo de Oro de por medio en los últimos meses, pero quizás lo sean por atreverse a jugar con él, a desfigurarlo para dejarlo en su esencia, haciéndolo conectar con el público de ahora.

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