Las reseñas de Alberto Morate: «1940. Manuscrito encontrado en el olvido»

Hay un silencio espeso en el oscuro final. Nos ha visitado la muerte blanca. Hemos retrocedido hasta un tiempo aciago, una posguerra que aún olía a pólvora y a odio, 1940, y de la que había que huir para no caer en la trampa de la negrura. Pero, dio igual. De la posibilidad de ser tres, fuimos dos, después uno, al final ninguno.

Mi mujer se ha convertido en nieve en el parto. He pretendido cubrirla con el manto caliente de la tierra, pero flota y se introduce en mis huesos y me tapa la boca, aunque no me recrimina que no tenga lágrimas. Después, mi hijo sobrevive como puede con el calor de una vaca enferma. Escribo sobre un cuaderno pequeño con un lápiz casi sin punta. Es así como grito. Es así como aúllo y los lobos vienen a acecharme. Mi letra puede ser ilegible, pero no más que mis sentimientos. El conferenciante no juzga, solo expone unos hechos, aunque hace que nos planteemos dudas. Más que dudas, que recorramos esa cabaña en medio de la sierra como si nosotros mismos fuéramos el viento. No podemos aplaudir al final, porque estamos paralizados por la emoción y la melancolía, última palabra de este Manuscrito encontrado en el olvido.

Alberto Méndez en Los girasoles ciegos nos cuenta historias terribles y dramáticas de nuestros muertos en la posguerra, se quedaron demasiados cadáveres esparcidos por el suelo. En una versión de Tolo Ferrà y Nuria Hernando, rescatan la segunda derrota de estas historias de amor, poesía, desolación, soledad, miedo.

Patxi Freytez, es el conferenciante que nos va leyendo el relato de tal manera, que lo estamos viendo. Y si cierro los ojos, también lo veo. Veo a Eulalio (Pedro Almagro) y a Elena (Marta Gómez) hace 81 años, 1940, cuando un joven poeta recita a Miguel Hernández y lo emula con sus propios versos. Cuando Elena se desangra en el parto y se mantiene a la intemperie en el eco de la naturaleza, en el frío de los árboles, en la noche que pasa con su viento silbando. Y veo al pequeño Rafael en Leticia Alejos y Vera González que le están dando aliento, que le respiran, que le hacen humano. Al final tendrán que pagar el coste de ser los derrotados. De no estar en el bando vencedor, de ser la cara oculta de la luna hasta que los descubra un pastor, abrazados, formando un nido, tristemente acurrucados.

“Demasiado joven para tanto sufrimiento” dice al final el ponente. Y nosotros, espectadores testigos de lo que pasó hace mucho tiempo, no queremos olvidarnos. Y por eso nos quedamos callados. Sin verter lágrimas, como Eulalio. Hasta que prorrumpimos en aplausos, porque esto, es mucho más que teatro.

Alberto Morate tiene el teatro como modus vivendi. Durante más de 40 años ha sido profesor de dramatización, ha dirigido grupos de teatro, ha escrito obras y ha interpretado ocasionalmente como actor. Desde el año 2014 también reseña funciones y espectáculos. Realiza sus crónicas con un estilo peculiarmente poético, haciendo hincapié en el tema, y comentando las representaciones desde un punto de vista emocional, social y humano.

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