¡Hola!, soy una vagina. Aunque me esté mal el decirlo. Y no sé por qué habría de estar mal proclamarlo, si lo soy, realmente. Al fin y al cabo, hago un gran servicio. Y no solo a las mujeres. Por supuesto, a muchos hombres. Pero, en realidad, a la sociedad entera. ¡Ténganlo en cuenta!
¡Ya está bien de tanto echarle huevos a la cosa! Las vaginas, o como queráis llamarlas, coño, chichi, concha, almeja, conejo,… somos estrellas en el centro del universo del cuerpo. Somos la sonrisa vertical. Somos el auténtico ombligo femenino. Por eso, tan a menudo, se nos ha querido ignorar, ocultar y, lo que es peor, vilipendiar, forzar, cercenar, despreciar, violar. Porque en el fondo, quien no nos conoce, nos tiene miedo. Precisamente por nuestro poder de atracción. No somos un simple instrumento entre las piernas.
Y sí, hay que empezar a perder el sonrojo, la vergüenza, y hablar abiertamente, a braga quitada, para que nos sientan, nos valoren, nos quieran pero, sobre todo, nos valoremos, nos queramos, nos sintamos a gusto con nosotras mismas.
En Los monólogos de la vagina, que lleva más de 25 años hablando y dando que hablar, su autora, Eve Ensler, quiso dejarla al desnudo para recabar la importancia de su buen hacer, de su clítoris apasionante, de su superioridad frente a un pene que se viene abajo enseguida, de su capacidad de autocomplacencia, de su dolor cuando algunos (o muchos) no la respetan.

Ahora nos la traen, totalmente abierta y receptiva, tres actrices que le dan voz, sin matices ni tapujos trasnochados o mojigatos, que nos describen cómo puede oler, o cómo puede visualizarse, o cómo puede deslizar sus flujos atrayentes para descender al fondo de las mejores sensaciones.
En este caso, Olga Hueso, Rocío Madrid y Albanta San Román, dirigidas por Edu Pericas, o más bien, orientadas, porque para saber de vaginas, nadie mejor que ellas. Nos hacen reír, pero también nos conciencian, nos ofrecen su arte, su desparpajo, pero también su baño de realidad, su transparencia de vagina reivindicativa.
Y terminan con poesías descarnadas. Con el nombre representativo de tantas y tantas mujeres que a diario, aún hoy todavía, tienen el terror en la vagina, por la simple condición de ser mujeres, tienen el miedo de mostrarse, tienen la noche escondida, tienen la tortura de poseer una vagina y que no sea de ellas.
Y, a pesar de todo, nos lo cuentan a voces provocándonos. Provocándonos una amplia y estupenda sonrisa. Díganlo aun con pelos en la lengua, ¡arriba las vaginas!
Alberto Morate tiene el teatro como modus vivendi. Durante más de 40 años ha sido profesor de dramatización, ha dirigido grupos de teatro, ha escrito obras y ha interpretado ocasionalmente como actor. Desde el año 2014 también reseña funciones y espectáculos. Realiza sus crónicas con un estilo peculiarmente poético, haciendo hincapié en el tema, y comentando las representaciones desde un punto de vista emocional, social y humano.
