En 1946, en un Berlín destruido, en mitad de la desnazificación, el comandante Steve Arnold recibe el encargo de investigar las implicaciones del director de orquesta Wilhem Furtwängler con el régimen nazi. En esas investigaciones se basó el dramaturgo inglés Ronald Harwood para escribir Tomar partido, una obra que se puede ver hasta el domingo en el Teatro Campos Elíseos de Bilbao.
Es ésta una obra llena de interrogantes, que invita a la reflexión del espectador, no esperen conclusiones cerradas ni personajes traslúcidos. En el trascurso de esta suerte de thriller político, estructurado en dos actos, vamos conociendo datos que posiblemente nos hagan cambiar de opinión sobre la controvertida figura del celebrado director de orquesta y su posición ante el régimen de Hitler en que esta vertebrado este escenificado juicio. Y mientras navegamos por la palabra de Harwood se pone en escena un dilema al que el arte se ha tenido que enfrentar en infinidad de ocasiones: ¿Se puede separar la política del arte? o, quizás sería más correcto cuestionarse ¿Se DEBE separar la política del arte? El autor no hace juicios de valor y, de nuevo, deja en la inteligencia del espectador tan difícil respuesta. Somos nosotros los que tenemos que tomar partido por esta historia y sus personajes. Unos personajes que están interpretados por un reparto elegido con asombroso atino. Antonio Dechent, sin lugar a dudas uno de los mejores actores de este país, es un comandante rígido, inquebrantable, que no cede ante los argumentos del célebre director de orquesta. Este actor de imponente voz y presencia escénica vuelve a demostrar que su trabajo nace de la verdad más absoluta, esa que da el oficio y el buenhacer encima de las tablas durante tantos años. Su Comandante Steve Arnold, en otro tiempo agente de seguros, nos da ciertas claves para entender esta historia y es que los argumentos repetitivos, suelen llevar algo oculto como acierta a decir este hombre marcado por el olor a carne quemada. Y es que ésa es la particular maldición que le persigue, la hipernexia, que le hace acordarse de todo y no poder borrar de su memoria tantas escenas de odio y latrocinio. Se enfrenta a él el joven e idealista David Wills, lleno de fuerza en voz y carne de José Manuel Poga. Él no deja de ver en el director al maestro que una noche cuando era un niño le contagió la pasión por la música. Son dos posturas enfrentadas la del comandante y su subalterno y, a medio camino entre ambas, se encontrará seguramente la posición del espectador que acude a estos juicios. Roberto Quintana es un Wilhem Furtwängler lleno de matices. Vive absorto en su propia realidad en la que el arte debe prevalecer por encima de cualquier condicionamiento político, pero cuando el Comandante le pone contra las cuerdas tiene que ceder y admitir un poquito de la implicación que tuvo en el asunto. Completan el reparto con acierto Emilio Alonso, José David Gil y Rocío Borralo con dirección de Pedro Álvarez- Ossorio y coproducción de La Fundición con Focus. Una muestra de teatro necesario hoy más que nunca, una producción de gran nivel que debería verse en algún teatro nacional. De momento, vayan a verlo al Campos Elíseos hoy o mañana, de verdad que merece la pena tomar partido por la cultura.