Entre un viaje al centro de la risa (y el ego) y una activista de la muerte asistida

Esta semana se estrenan con una distribución bastante reducida dos propuestas cinematográficas para públicos muy distintos. En Miel nos encontramos ante una cinta sobre el siempre tabú tema de la eutanasia. En el documental El culo del mundo, debut en la dirección del showman Andreu Buenafuente, nos encontramos ante un documental sobre la risa y, ante todo, sobre el propio creador de espacios como En el aire.

De entrada, Miel, que plantea una red secreta de «enfermeras muerte» que se dedican clandestinamente a dar muerte a las personas con una enfermedad terminal, resulta dura, cruda, como todas las películas que tratan este espinoso tema. Lo que quizás hace de la mirada de su protagonista y directora Valeria Golino es que no se presta a hacer un juicio de valor hacia un lado o hacia otro. Simplemente, nos cuenta la historia de nuestra protagonista que vive en una encruzijada desde que descubre que uno de sus «pacientes» le ha mentido y no tiene enfermedad alguna. A partir de ahí, se replantea su profesión y su propia existencia. Miel es un ejercicio de estilo, cine de autor en toda regla, bajo la mirada de esta cineasta que traspasa la pantalla con este personaje al que dota de voz y carne con una sensualidad inusitada al tratarse de un tema tan delicado. Es cruda, pero contra todo pronóstico se convierte en una experiencia cinematográfica «disfrutable» y que no debería pasar desapercibida en la cartelera.

El próximo 23 de abril Cameo lanza en DVD El culo del mundo, que hoy se estrena también en algunas (escasísimas) pantallas de toda España. Cuando Andreu Buenafuente probó el prime-time con escaso éxito en Antena 3, tuvo un tiempo de inflexión en el que se replanteó muchas cosas sobre su oficio y más después de recibir un email de un espectador desde «el culo del mundo». Que alguien tan lejano a España le dijese que le hacía reír le hizo poner en marcha este documental que solo funciona a ratos. La cinta no funciona a grandes rasgos por un simplísimo hecho: ¿Se puede concebir hacer una película sobre uno mismo en la que tus trabajadores te digan que eres el mejor jefe del mundo? Por poderse se puede hacer, a los hecho me remito, pero convierte a la cinta en el súmmum del ombliguismo pleno. Más aún cuando intenta quitarse importancia con frases del tipo: «Mi historia es la historia de un viaje colectivo» y en ese momento, ¡Qué casualidad!, se oye a su hija llorar y va a ejercer de padrazo. Cuando sí funciona el experimento es cuando de verdad se mete en el «meollo» de la comedia, cuando por ejemplo Leo Bassi nos cuenta su anécdota con el dedo roto, una pena que esos momentos ocupen la menor parte del metraje la verdad y se entretenga en contarnos lo terapeútico que es su programa para gente como la siempre maravillosa Concha Velasco.

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