Puede parecer que Historia de una estrella sin nombre (Ediciones Martínez Roca, 2020), un libro con infinidad de fotografías a color de Blas Cantó, sea un simple fancine exclusivamente destinado para fans del ex-miembro de los Auryn, pero al igual que la carrera en solitario del artista, un continuo salto al vacío para encontrar su propia personalidad musical alejada de los ecos de la boy band que le catapultó a las fama, es más que eso.

Curtido en los escenarios desde niño, Blas Cantó, entonces Chiqui Cantó, ya saboreó las primeras mieles del éxito en el inolvidable Veo, Veo. Este niño inquieto desde su infancia no podía parar de hablar con su jovencísima madre, que lo tuvo con tan solo 19 años: «Podría decirse que nos hemos criado juntos», cuenta el artista sobre esa madre que le apuntó al mítico concurso de Teresa Rabal con tan solo 8 años ataviado con «chaleco y pantalón grises, corbata torcida y uñas mordidas». Debo admitir que la lectura de las páginas de su infancia me ha sonado un tanto y es que cuando era niño recorría muchos escenarios cantando por escenarios de lo más variopintos. De alguna forma, los que vivimos un poco esa etapa de «peques artistas» entendemos ese vestuario con el que los infantes de la casa con vocación artística intentábamos emular a los mayores. De esa frenética etapa infantil, comenta el artista que solo recuerda «una época en la que no fui feliz. Me presentaba a todos los concursos de la región y los ganaba todos. Debería haber sentido todo lo contrario, pero ese momento empezó a convertirse en algo angustioso para mí, porque, cuando llegaba el turno de recoger el primer premio, me revolvía todo por dentro».
Ante la supuesta polémica de si los niños deberían o no presentarse a concursos de la canción, hasta el ridículo grado que España llegó a dejar de participar en el EuroJunior para proteger a los peques artistas, Cantó se muestra tajante: «Mucha gente se cuestiona si los niños deberían cantar o formar parte de un show. Pero no recuerdo que nadie cuestione si los niños que pintan, practican deporte o ballet deben hacer eso. La cuestión es si es feliz haciéndolo y si los padres están cuidando su educación». Acertada reflexión que profundiza con esos padres que quieren ser más artistas que el propio niño: «He conocido niños que no han querido seguir este camino y los padres lo han respetado. Sin embargo, también he conocido la otra cara de la moneda y es catastrófico».
Tras la etapa en la que probablemente sea la boyband más famosa de España, Blas se enfrentó a muchas inseguridades, a abrir un abismo hacia una tierra desconocido. El pájaro volaba solo, sin compañeros de viaje. Tras los dimes y diretes sobre si su fichaje por Tu Cara Me Suena habría tenido algo que ver en la disolución del grupo, el artista miró la cámara de frente y consiguió enganchar a un nuevo público. Precisamente, la primera vez que actuó en dicho programa conocí el valioso artista que se escondía hasta entonces tras la etiqueta de «música para adolescentes». Un mundo, el de las etiquetas, del que el propio artista ha insistido en desmarcarse en todos los aspectos desde sus influencias musicales al plano amoroso, que en alguna ocasión ha saltado a los titulares de muchas sensacionalistas cabeceras. Desde luego, una vida llena de contradicciones entre lo que el artista ha querido ir construyendo y lo que los demás han querido que él fuese.
Tras las inseguridades de este nuevo recomienzo en solitario, Blas ha conseguido ir asentando poco a poco una carrera cuyo punto álgido iba a llegar este mes de mayo con la finalmente suspendida edición del Festival de Eurovisión. La buena noticia le llegó pronto afortunadamente y es que tras la suspensión de este año volvería a ser el representante de España en 2021: «Y cuando llegue ese momento, subiré al escenario más grande del mundo arropado por la gente que más quiero para vivir una de las mayores experiencias de toda mi carrera».