Sueños de lirios. Noche de camaleones. Padres e hijos. Rostros exangües y sombríos. Un viaje al interior de uno mismo. Y al de otras personas. Como los camaleones, poniéndose en la piel de los maltratadores y los inocentes, de los taciturnos y los hiperactivos.
Es este un montaje de recorrido. Para los actores y para los espectadores, que captamos las imágenes, las canciones (que las hay), los diálogos cargados de razón y con sentido preciso.
No es el alma la que vaga por distintos marcos ficticios, es el propio cuerpo, que sufre, que se retuerce, que paga las consecuencias de un charcutero, el Terrateniente, que lo tuvo todo y todo lo ha perdido.
Los sueños de Rupert, con dramaturgia de Tomasz Borczyk a partir de un proceso de creación colectiva con Alberto Caballero, Carlos Cervera y otros miembros de Noche de Camaleones, nos saca a flote los recuerdos, las vueltas al pasado, las identidades confundidas, la meditación que no se piensa, una invitación a escribir tu propia nota de suicidio, el altar de la muerte, mujeres pitonisas, judíos, tumbas que son bañeras, velados conciertos, rezos rapeados, la búsqueda de uno mismo, para enfrentarse a lo que uno no quiere ver de sí mismo.

Se invoca a la persona, no al espíritu. Plantea muchas cuestiones, a modo de regreso, de apelar a la conciencia mientras se trasiega un buen jamón de bellota y se saborea un buen vino. Estamos encerrados en nosotros mismos. Solo nos queda la liberación de los sueños, la nostalgia del poeta, la redención de nuestros secretos, los silencios que se rellenan con palabras, cantos, veneración a un lagarto gélido que no quiere dominar el mundo, sino despertar conciencias, cuestionarse tiempos pasados para afrontar mejor el futuro.
No hay remedio para la vida. Por eso creamos ídolos, por eso surgen rebeldes, por eso existen impíos, desventurados, poderosos, desasosiegos y triunfos.
Casi cinco horas de espectros vivos, de sueños vividos, de noches de soledad y terror escondido. De canciones, de treguas y de combates, de monjes malditos, de sueños de angustias desoladas, sueños cansados, sueños de adustos y descreídos, sueños infinitos que no acaban despertándose, sueños de vacíos, de roca y aire, de futuro, de sombras reconocibles, de voces que nos llevan al abismo.
La propuesta, cuando menos, es curiosa, arriesgada, original, pero que no desvaría, sino que te atrapa saliendo del tedio, en un sueño perdido.
Alberto Morate tiene el teatro como modus vivendi. Durante más de 40 años ha sido profesor de dramatización, ha dirigido grupos de teatro, ha escrito obras y ha interpretado ocasionalmente como actor. Desde el año 2014 también reseña funciones y espectáculos. Realiza sus crónicas con un estilo peculiarmente poético, haciendo hincapié en el tema, y comentando las representaciones desde un punto de vista emocional, social y humano.
