Nadie puede negar que la palabra es, eminentemente, social. Después puede producir otra serie de efectos, positivos y negativos o neutros, aclarar o ser un simple hecho convencional de la expresión.
La palabra es el arma de los poetas. Pero también de los oradores, de los políticos, de los seglares, de los abogados, de los actores,… Hay quien se la toma en serio, palabra de honor, y hay quien la carga de significados: peyorativos, atacantes, condescendientes, interesados, o solo literarios.
Palabras técnicas y palabras vulgares. Palabras de andar por casa y palabras que quedan grabadas en la moralidad de las gentes.
El poder de la palabra es inmenso. Y, a veces, no sirve para nada. Así es, está llena de contradicciones.
Juan Mayorga en El Golem, somete a la palabra a un experimento. La convierte en un producto científico. En una ciencia ficción alejada del romanticismo de las letras de las canciones y baladas, de los sonetos y los relatos,… le quita alma para personificarla y que resulte imprescindible, irreversible, que influya en nuestro cuerpo y en nuestras decisiones. Solo no hay palabras en los sueños, porque, al final, puede que se hagan reales. Cuando se cuenta, cuando se expresa, cuando hay una audiencia que escucha, cuando deja de ser una broma y es la causa de los cambios que se producen en la sociedad, en las masas, en las convenciones, en la estrategia de realización de hechos fundamentales.

Alfredo Sanzol, que lo dirige, nos la presenta con la estética de un futuro intrigante. Ambiente en grises, sin adornos, laboratorio de conformación de seres humanos.
Palabra sobre palabra ante hechos consumados de avances tecnológicos. Deshumanización del arte, elipsis de la expresión, funciones del lenguaje, información velada, matemáticos en creación alienante, un ser humano que se convierte en Dios porque nadie ve ni nadie sabe quién es, al fin y al cabo.
El Golem es un ídolo de barro cuya materia prima es la voz, la palabra, la escritura, el lenguaje. Se crea el golem para defendernos de nosotros mismos. Y la palabra se hizo carne y habitó en nuestros cuerpos para irnos carcomiendo poco a poco. Es nuestra defensora y nuestro atacante. Es sabiduría, pero no santidad. El golem de la palabra es fuerte, pero no es piadoso. Porque el Golem no tiene la capacidad de hablar.
Elena González, Elías González y Vicky Luengo cargan de realismo unos personajes estilográficos, les dan energía nuclear o científica, o autómata, venidos al caso.
La palabra-(ciencia)-ficción está dispuesta ahora a hacerse teatro, a ajustarse al sistema de un futuro, quizás, no tan lejano.
Alberto Morate tiene el teatro como modus vivendi. Durante más de 40 años ha sido profesor de dramatización, ha dirigido grupos de teatro, ha escrito obras y ha interpretado ocasionalmente como actor. Desde el año 2014 también reseña funciones y espectáculos. Realiza sus crónicas con un estilo peculiarmente poético, haciendo hincapié en el tema, y comentando las representaciones desde un punto de vista emocional, social y humano.
