Muy a menudo estamos habituados a hacer las cosas a medias. No a medio hacer, sino entre dos. Las parejas se dan la mano, el ajedrez se juega entre dos, y los bailarines hacen paso a dos, que simboliza el amor de una pareja (dicen) e ilustra los momentos más poéticos de un ballet.
Pero si en esa pareja uno de los dos no mueve los pies, no sonríe, come pipas haciendo desnudarse a su partenaire, o calza una pierna ortopédica, ¿qué es lo que nos van a ofrecer?
Pues una suerte de danza contemporánea trastabillada, no porque den tropiezos o titubeen en su forma de hacer, sino porque se distribuyen el cometido del ballet, el de la performance, el de la mezcla de la música clásica de Tchaikovski y el más clásico Franco Battiato, entre otros compases y silencios, porque hay humor sin guerra y comunicación sin palabras, y movimientos de oleaje corporal con un cuerpo estático, cruces de árbol con viento con un ave en sus ramas que resiste el envite de la oscilación, los giros y el porté.
En este Pas de deux, que ya es difícil de pronunciar si no sabes francés, el bailarín, coreógrafo, docente, creador, Chevi Muraday, sujeta fuerte a su pareja, Ana Esmith (o Miss Beige), con la que defiende, y muy bien, este espectáculo de fuerza y risa, de vuelo y un poquito de claqué, de vela al viento agarrada a una mirada fija que no pierde el equilibrio, y que se desarrolla como una propuesta divertida e innovadora que acerca a la danza a los que difícilmente sabemos coordinar los dos pies.

Paso a dos, como los que se persiguen, como los clowns que salen pegaditos al escenario, paso a dos como en el lago de los cisnes donde uno es el patito feo, paso a dos de El cascanueces y el hada de azúcar, paso a dos, o a tres, o a cuatro de los amantes de Carmen de Bizet, paso a dos de un bailarín y su escudera, cual quijote y sancha, paso a dos de Romeo y Julieta y de todas las parejas que en el mundo han sido, paso a dos, sin cuarta pared.
No es dicotomía, ni partición ni división, es dualidad de dos formas de ver la vida pero integrados en un mismo existir, es diformismo en la manera de bailar, pero no en la concepción de sentido del espectáculo, de la visión de que a dos, codo con codo en el escenario, o pie con pie, como decía el poeta, “somos mucho más que dos”.
Alberto Morate tiene el teatro como modus vivendi. Durante más de 40 años ha sido profesor de dramatización, ha dirigido grupos de teatro, ha escrito obras y ha interpretado ocasionalmente como actor. Desde el año 2014 también reseña funciones y espectáculos. Realiza sus crónicas con un estilo peculiarmente poético, haciendo hincapié en el tema, y comentando las representaciones desde un punto de vista emocional, social y humano.
