Harold Pinter se pone el traje de mendigo, de marginado social que no quiere trabajar en nada, quizás por falta de oportunidades o porque no hay un trabajo adecuado a su categoría después de, supuestamente, haber ejercido en cien mil oficios distintos.
Harold Pinter fue un dramaturgo, guionista, poeta, actor, director y activista político inglés que ganó el Premio Nobel y que tocó todos los palos de la escritura y más.
No sé si Harold Pinter cree en la revolución social, pero nos la presenta, en este caso, con la obra El cuidador, de manera realista y algo existencialista, es decir, la condición humana a través del análisis de la libertad, la responsabilidad individual , las emociones, así como el significado de la vida.
En la traducción de Juan Asperilla, este nos acerca esa realidad a nuestros nombres, nuestro entorno, nuestra historia cotidiana, reciente y española. De esta manera, Harold Pinter se asemeja a nuestros Infante don Juan Manuel, Lope de Rueda, Lope de Vega, Moratín o Valle, por poner solo unos cuantos ejemplos.
Harold Pinter, pero en este caso, Antonio Simón que dirige el montaje, nos abre las puertas de una casa que está hecha un desastre, nos cierra entre cuatro paredes con unos personajes cuando menos necesitados de comunicación, pero aislados entre ellos, revolucionarios sin mostrar un ápice de implicación social. Son antihéroes. Su hazaña es sobrevivir, conseguir que el agua que se cuela por el techo por una gotera que nadie pretende arreglar, o como un piso que nadie se plantea adecentar, y como una vida que no quieren que nadie les toque, considerar que esa forma de vivir es la auténtica y no tiene nadie que venir a tocarles la libertad.
La libertad de estar abocados al fracaso, la libertad de tener la conciencia tranquila, la libertad de defenderse, aunque nadie los venga a atacar. Quieren continuidad, y si no la hay, se tendrán que marchar hasta que alguien los acoja en otros bares, en otros pisos, en otros tugurios, en otras dialécticas, un enchufe eléctrico que nunca se arreglará.
Joaquín Climent está enorme en su personaje de menesteroso, creación altamente humana, que no sueña pero tiene pesadillas, filósofo de andar por casa, eterno poeta que no escribe versos, un Max Estrella de la vida sin ceguera, porque todo lo ve claro, aunque se pueda equivocar. Y Alex Barahona y Juan Díaz, no le van a la zaga en sus interpretaciones, más prosaicos, pero no menos líricos, quizás más viejos que el personaje de Climent, si no en edad, en ostracismo, en pesimismo, en caer en el error que no cometerán porque no se darán cuenta de su simplicidad.

El cuidador es una obra social, es un texto de conciencia, es la esencia de la dimensión humana, la personal y la social. Pero no se lleven las manos a la cabeza pensando que es una obra de significativa complicación textual, está cargada de humor, de ritmo, de interés, de sencillez dentro de la complejidad. Comedia humana de personajes que nos podemos encontrar al dar la vuelta a la esquina, o que están en nuestras comunes colmenas de pisos, o en los parques y las plazas o, como en este caso, en el escenario con una propuesta necesaria y, por ende, natural.
Alberto Morate tiene el teatro como modus vivendi. Durante más de 40 años ha sido profesor de dramatización, ha dirigido grupos de teatro, ha escrito obras y ha interpretado ocasionalmente como actor. Desde el año 2014 también reseña funciones y espectáculos. Realiza sus crónicas con un estilo peculiarmente poético, haciendo hincapié en el tema, y comentando las representaciones desde un punto de vista emocional, social y humano.
