“Yo no sé muchas cosas, es verdad. Pero me han dormido con todos los cuentos y sé todos los cuentos”. Quien decía esto era un poeta, León Felipe de mis desvelos. Suerte que tenía él, poder conocer todos los cuentos, saber todos los cuentos, subirse al tren de los cuentos, viajar a mundos fantásticos a través de los cuentos, ser hombres y mujeres de bien porque les han contado cuentos.
Eso hace la Compañía La Bicicleta del Teatro Sanpol. Nos cuentan todos los cuentos. Todas las historias, todos los argumentos. Y lo hacen con la delicadeza, la profesionalidad y el sentimiento adecuados.
Grandes escenografías, sin escatimar medios, buenísimo vestuario, sin perder detalle, bailes, músicas, texto cuidados con esmero. Y la historia en sí, nada se les queda en el tintero. Están los hermanos Grimm, Andersen, Perrault, autores fantásticos como Julio Verne, Collodi, James M. Barry, Dickens, Las mil y una noches, si es preciso, también Disney, y personajes como Mary Poppins, La Bella y la Bestia, Los músicos de Bremen, Hansel y Gretel, Caperucita, Rapunzel,… yo qué sé, todos los cuentos.
El mundo adquiere otro color cuando entras en la sala del Teatro Sanpol. Ahí están acumuladas cientos de historias, canciones, musicales, producciones con la categoría Broadway, teatro y cuentos.
Ana Mª Boudeguer nos ofrece esta versión de El príncipe rana. Con la magistral interpretación de Arturo Vázquez, Marina Damer, Esther Santaella, Natalia Jara y el siempre inefable Victor Benedé.

Las músicas nos transportan a un universo idílico y al mismo tiempo peligroso. Para mantener la intriga, el suspense, los malos qué malos son y los buenos, qué ingenuos y qué buenos, valga la redundancia. Estupenda voces, controladísimo movimiento escénico, no dejan nada al azar, todo es un argumento bien estructurado, sin olvidar que se debe ir impregnando de valores a los espectadores más jóvenes. A ver si se conciencian de que ser emocionalmente humano, comprensivo, también es beneficioso para mejorar las relaciones y que no exista tanto odio.
Entro al teatro y me olvido de lo tedioso de fuera, de los ruidos que me producen dolor de cabeza, y atento, contemplo un espectáculo de suma y sigue, de mirada clara, de divertimento y calidad, de sueños y no de animadversión, fobias, desprecios. Se me pasa la hora y media volando. Quiero que siga el cuento. Quiero que coman perdices, y sean felices, o que se alimenten de risas y sentimientos, quiero que mañana me cuenten otro cuento, “Érase una vez” y otro, y otro, para no morir, como Sherezade, para encandilar a los más jóvenes, como yo, porque todos, y que no se nos olvide, siempre llevamos un niño dentro.
No me sé todos los cuentos, pero si me los supiera, quiero que me los cuenten otra vez de esta manera, que me vuelven loco.