¡Pronto, los músicos que se preparen!; que se prepare el público, que se prepare la pista de circo (o el auditorio, o el teatro), que se preparen los pies para bailar y las palmas para aplaudir y la boca para sonreír.
Los acordes suenan, y muy bien. En el escenario están dispuestos 28 músicos y las músicas también están dispuestas a ser ejecutadas (que no liquidadas). No, no van a hacer mofa ni escarnio del concierto. Van a interpretar las mejores y más populares piezas clásicas pero con sentido del humor, que es el único sentido coherente.
Un director, no tan disparatado, pero sí emocional y visceral, entregado a su público si el público se entrega a él. Y eso hacemos. Nos pide aplaudir, aplaudimos. Nos demanda gritar, gritamos, pateamos, nos callamos si nos lo indica, nos batutea, nos maneja a su antojo y nosotros nos dejamos hacer porque queremos pasarlo bien, que ya están los tiempos para otros bochornos.
Él es, en la ficción, Josef Von Ramik, y en la realidad, Juan Francisco Ramos, miembro fundador y actor de Producciones Yllana, que son los que pergeñan este concierto de “no tan locos”. Le quiere hacer competencia, en la irrealidad, Gaspar Krause, que es un violinista virtuoso, Thomas Potiron, con no sé cuantos premios que no enseña, pero se le presuponen nada más verlo, cómo templa el arco y cómo le siguen todos.

Alberto Frías los dirige; ya, eso se cree él, porque en realidad, se dirigen solos. No hay más que ver la fanfarria de orquesta que tienen que, incluso sin batuta que los marque, sacan sonidos puros, pasión y sentimiento a raudales, cuando no nos hacen bailar como posesos en pos de perder el desdoro.
Royal Gag Orchestra, impecables en su vestuario, en los sombreros que no llevan, en sus instrumentos controlados hasta la última nota, en el fervor demostrado por ofrecernos un concierto no al uso, un concierto familiar que llega a los oídos más sordos.
El público es un maestro más, aunque se descoordine un poco. La pura realidad es que venimos a pasarlo de miedo; si al miedo se le transforma en humor, en bellos sonidos, en alegría desbordante, en gag, en real, en orquesta, que hasta se baila un zapateado con el regidor fingido.
La música, nunca mejor dicho, como antídoto. Como ejemplo de divertimento, como cauce universal de entendimiento, como ardoroso espectáculo para todos los públicos, seamos o no, entendidos en arpegios y cadencias, en notas y sonidos. Lo que queremos es… pasarlo divertido.
Alberto Morate tiene el teatro como modus vivendi. Durante más de 40 años ha sido profesor de dramatización, ha dirigido grupos de teatro, ha escrito obras y ha interpretado ocasionalmente como actor. Desde el año 2014 también reseña funciones y espectáculos. Realiza sus crónicas con un estilo peculiarmente poético, haciendo hincapié en el tema, y comentando las representaciones desde un punto de vista emocional, social y humano.
