Decir las cosas con valentía suele traer malas consecuencias. Sobre todo, si eres mujer y has nacido en el año 400. Decir, pero antes de decir, haber estudiado, haber contrastado, investigado, impartido conocimientos, ser ecuánime e inteligente, intentar comprender y mirar a los ojos de tus contrincantes y discípulos.
Si hoy en día aún se victimiza a muchas mujeres, por el simple hecho de serlo por un lado, pero también porque demuestran que están por encima de una gran mayoría de lerdos que se creen con la potestad de marcar los designios de los demás, aun sin las capacidades necesarias, entonces, imagínense a esa misma mujer en una época de sínodos masculinos, de gobiernos masculinos, de autoridades eclesiásticas que solo pretenden manejar la voluntad y los actos de sus fieles, de políticos en connivencia con esos religiosos para beneficio propio e intereses personales.
Y es que la cultura y el conocimiento, el arte y el pensamiento, siempre han sido el gran enemigo de aquellos que pretenden manejar nuestras vidas. Sucedía y sigue sucediendo. Dale al pueblo borreguismo para que no pueda cuestionarse ciertos desmanes y abusos de poder. Porque saben perfectamente que “pensar, aunque sea equivocadamente, es mejor que no pensar en absoluto”, y ellos quieren eso, que no se piense.
Por eso, Hipatia de Alejandría fue vilmente asesinada, vilipendiada, vejada, víctima de los fanatismos. Ella pretendía convencer con la palabra, pero no la dejaron hablar.
Con dramaturgia de Miguel Murillo, y dirección de Pedro A. Penco, en una coproducción del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida y de Amarillo Producciones, nos ofrecen este documento teatral histórico, donde aún convivían dioses domésticos, paganos y una creciente iglesia cristiana que buscaba el poder a toda costa.

Bien se adivina, por tanto, que la muerte de Hipatia fue provocada, como siempre, por la envidia, por el machismo imperante, por la intransigencia religiosa, porque una voz que proclamaba el estudio, los derechos, el conocimiento, era enemiga de una sociedad sin ánimo de progreso.
Muy sobria y contundente puesta en escena, con un vestuario preciso, una interpretación contenida y sin excesos, es un documento necesario para hacernos ver el alcance que tuvo este personaje, hoy modelo de movimientos feministas, de empoderamiento de la mujer, de vindicación de la necesidad de conocimiento. Por favor, menos cruces y más libros.
Alberto Morate tiene el teatro como modus vivendi. Durante más de 40 años ha sido profesor de dramatización, ha dirigido grupos de teatro, ha escrito obras y ha interpretado ocasionalmente como actor. Desde el año 2014 también reseña funciones y espectáculos. Realiza sus crónicas con un estilo peculiarmente poético, haciendo hincapié en el tema, y comentando las representaciones desde un punto de vista emocional, social y humano.
