Tener que salir huyendo por no querer casarse con quien otros imponen. Tener que escapar buscando la libertad y suplicando protección a quien pueda entendernos. Las suplicantes que no encuentran acomodo ni paz por sus perseguidores que las consideran de su propiedad y se verán sometidas a la violencia y vejaciones propias de un mundo al que no quieren pertenecer.

Alguien las intentará proteger aun a costa de entrar en guerra, como así sucede, y que, posteriormente, haya que reivindicar poder enterrar o incinerar a los muertos como es debido y no dejarlos a la suerte de alimañas o pudriéndose al sol que descompondrá los cuerpos sin honor ni dignidad.
Refundidos los dos textos de Esquilo y Eurípides por Silvia Zarco, entreabre una puerta a una tragedia del siglo V antes de nuestra era, en la que ya las mujeres pedían poder decidir libremente, no tener que someterse a los dictámenes de hombres y maridos sin sentimientos.
Y la necesidad de hacer reposar esos cadáveres en el sitio adecuado, para rendirles el abrazo necesario y descansar en el espíritu del recuerdo. Algo así como esos muertos de tantas cunetas y tapias de cementerio que aún no se han recuperado y están a la espera de que esa memoria histórica sea realmente memoria y no un pasado nefasto y denigrante.
Eva Romero dirige esta puesta en escena donde no escatima la presencia del coro haciendo hablar a sus personajes al unísono, bien coordinados y conjuntados. La tragedia en toda su dimensión.
María Garralón como representante más reconocida en esta obra coral de llanto y muerte.
Y Celia Romero que cuando se arranca con su cante desgarrador hace que la piel se ponga erizada en el acercamiento de nuestra cultura.
Voces dramáticas que se agrupan en los costados contemplativos de una tragedia donde se habla de derecho a decidir, democracia, respeto a los difuntos, toma de decisiones que traen consecuencias, la libertad, el empoderamiento de las mujeres, la necesidad del diálogo y la aceptación de los otros aunque vengan de lejos, el derecho a ser escuchados y no andar siempre de suplicantes, porque lo tenemos merecido.
Alberto Morate tiene el teatro como modus vivendi. Durante más de 40 años ha sido profesor de dramatización, ha dirigido grupos de teatro, ha escrito obras y ha interpretado ocasionalmente como actor. Desde el año 2014 también reseña funciones y espectáculos. Realiza sus crónicas con un estilo peculiarmente poético, haciendo hincapié en el tema, y comentando las representaciones desde un punto de vista emocional, social y humano.
