La tiranía de Hollywood y por extensión del showbusiness parece que se han cebado con la otrora gran estrella Renée Zellweger. Más allá de sus desafortunados retoques estéticos y ese momento en el que se la relacionó con Weinstein que prudujo sus mayores éxitos -hecho que ella rechazó al afirmar que nunca había sufrido acoso en su trabajo-, la intérprete ha desarrollado una carrera de altos vuelos en la que decidió hacer una pausa hace unos años hasta esta Judy. Son tantos los paralelismos entre la actriz biografiada y la propia actriz que la interpreta que el resultado del trabajo de la una – la del diario de…- interpretando a la niña que nos hizo soñar que había un lugar más allá del arcoiris es simplemente impecable. Solo por eso ya merece la pena ver una película que no llegará a los cines españoles hasta el 31 de enero de 2020, pero hay mucho más en este aunque prototípico solvente y por momentos emocionante biopic.

El arranque de la cinta no puede ser más brillante para comprender la vida de excesos en la que se vio sumida Garland. Aunque la película, basada en la espléndida función de Peter Quilter Más allá del arcoiris que vimos hace años en el Teatro Marquina de Madrid, transcurre en los últimos momentos de la artista, el relato que nos hace comprender su realidad más íntima estriba en los constantes flashbacks a esa infancia en la que hizo soñar al público. Así, en los primeros fotogramas entendemos lo que ha llevado a la artista a construir una vida de adicciones e insatisfacciones personales frente a un todopoderoso y temible productor que la convirtió en una estrella, ¿Verdad que esto podría ser extrapolable a más de una actriz en activo?

Uno de los aspectos que más importan en la construcción de un personaje tan icónico como el de la protagonista de Ha nacido una estrella es conseguir que la actriz sea el personaje sin caer en la parodia o en la imitación que no recoja la esencia del personaje. Tengo la sensación de que la protagonista de Chicago ha conseguido mimetizarse en Garland acudiendo a su esencia, sin histrionismos innecesarios. Como espectador, a los pocos minutos ves a Judy Garland y esa ‘magia’ no es tan habitual en esta oleada de biopics que vivimos recientemente. En el apartado musical, Zellweger brilla tanto en los números más ‘felices’ como ese Get Happy como en el emotivo Over the rainbow que se guarda cual as en la manga el director para el final. Y en ese retrato de la otrora estrella, me gustaría añadir que no se queda en el mero retrato de adicciones, sino que expresa el que creo que fue el mayor deseo hasta sus últimos momentos, ser una buena madre.

Otro momento emocionante. Quizás nunca descubramos el motivo real que llevó al colectivo LGTBI a usar como himno el popular tema de El Mago de Oz, pero esta cinta nos regala un momento realmente memorable a este respecto. Dos de sus mayores fans reciben un regalo inesperado y es que la sentarán a su mesa en una noche de confesiones tras uno de sus recitales.
En definitiva, Judy supone una brillante reconciliación de Renée Zelwegger con una industria a la que ha servido grandes trabajos interpretativos y un puñado de taquillazos. Y lo hace con un solventísimo retrato de todo un icono del cine que la pondrá en la carrera del Oscar seguro. Bienvenida de nuevo, Renée.