Las reseñas de Alberto Morate: Dimensión Vocal

La música es capaz de alegrarnos la vida. Nos libera cantar canciones, reconocer melodías y estribillos, nos cautiva cuando vemos a unos buenos músicos ejecutar sus instrumentos o cantar con sus voces privilegiadas (y bien educadas, eso sí).

No solo se nos mete en los oídos, sino también en la cabeza, en el corazón, en la emoción, en el sentimiento. Es como si saliéramos de nosotros mismos.

Entonces, como quien no quiere la cosa, nos acercamos al teatro a ver qué tal lo hacen unos chicos que dicen que cantan a capela. Ya saben, sin instrumentación de ningún tipo. Dimensión vocal, dicen que se llaman, aunque eso no nos lo descubren al principio. Y hete aquí, que los vemos cercanos, como nosotros mismos, en la consulta de un dentista, esperando ser anestesiados para que les saquen las muelas del juicio.

Pero este grupo, de cinco, como en las novelas de Enid Blyton, no deben tener buen juicio, pues oyen la voz de un dios que les impele a cantar bajo los cánones de sonidos, ritmo, armonía,… necesarias para no hacer el ridículo.

¡Y vaya que no lo hacen! Van cogiendo confianza y desde las bandas sonoras de Disney, pasando por los grandes éxitos de todos los tiempos, hasta los mejores grupos y solistas de toda condición y tipo, nos deleitan con sus voces bien acompasadas, acopladas, conmovedoras, limpias.

Asistimos a un auténtico concierto divertido y tonificador del espíritu. Del espíritu de aquellos intérpretes que necesitaron guitarras, baterías, contrabajos, violines, teclados, y un pito, cuando ellos nos lo ofrecen con su desnuda voz y un beatboxers inmenso que hace todos los registros. Y sí, salimos con los brazos en alto, (como en un registro), pero aplaudiendo, aclamándoles, pidiéndoles un bis, y algunas un beso, bisbisando que son buenos estos chicos. Pentagrama de un espectáculo musical como un “Arlequín” divertido.

Tengo que mencionarlos porque se merecen ser conocidos y reconocidos: Julio Vaquero, Guzmán Yepes, Aser León, Luis Alonso y Luis León. Dirigidos por su dios particular, José Negrete y la que danza sin ser vista, Sandra González, porque también bailan estos individuos. Privilegiados y virtuosos, músicos y filarmónicos, maestros de la voz desnuda sin artificios.

Alberto Morate tiene el teatro como modus vivendi. Durante más de 40 años ha sido profesor de dramatización, ha dirigido grupos de teatro, ha escrito obras y ha interpretado ocasionalmente como actor. Desde el año 2014 también reseña funciones y espectáculos. Realiza sus crónicas con un estilo peculiarmente poético, haciendo hincapié en el tema, y comentando las representaciones desde un punto de vista emocional, social y humano.

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