Triunfar en la vida, en la soledad, en el arte, en la poesía, en la canción, en el cine, en la relación de pareja, en la relación con otras parejas, en la pasarela, en la pintura, en la música,… no necesariamente por este orden, ser icono, ser súplica, ser bandera, ser estrella, ser profundidad, ser mujer, ser alta, ser rubia, tener dignidad.
La maldición y el éxito. Cantar desnuda en la terraza de un hotel, probar las drogas, ser actriz sin interpretar, una carrera en solitario necesitando a mucha gente, tener un hijo y no saber quererle, la muerte prematura rodando en bicicleta.

Amor, llévame a tus laureles, préstame tu amor, no me des una oportunidad porque sabré aprovecharla, aunque no te enteres, amor. Devuélveme lo que no te doy, no me enseñes lo que no quiero aprender, cúrame este dolor que no tengo y deséame lo imposible.
A través de este peculiar personaje, Sandra Arpa idea, escribe y dirige una performance, un monólogo de voz hiriente, un soliloquio acompañado de una músico (Neus Ballbé, que lo hace magníficamente) y los espectadores. Que cerramos los ojos, que respiramos a través de mascarillas, que apenas nos movemos, que no nos perdemos detalle aunque estemos perdidos en medio de este icono, Nico/Icon, envueltos por música y sonidos, por imágenes, por luces calientes, envueltos en una alfombra de teatro esperando que Nico nos cuente su historia. La verdadera de las tres versiones. La falsa de las tres posibilidades. A, B o C.
Marina Esteve es Nico y, además, se parece. Se parece porque es ella. Y ella nos ofrece su sombra. ¿O es Marina Esteve la que proyecta la sombra, toda de blanco, sobre un lienzo blanco, con unas palabras que, como la alfombra a ella, nos envuelven?
Icono santo, pero al contrario, icono irreverente, icono no Nico, Nico de sus pasos, Nico eje, que en realidad se llamaba Christa Päffgen, pero escoge Nico porque quiso romper cristales, palos, hojas secas, piedras, agua que habla con ella, que canta con ella, materia espiritual de una forma de vivir que no se miraba en los espejos, sí en los ojos de la gente.
La que vivió una vida plena, la que murió sin conocer su muerte.
Alberto Morate tiene el teatro como modus vivendi. Durante más de 40 años ha sido profesor de dramatización, ha dirigido grupos de teatro, ha escrito obras y ha interpretado ocasionalmente como actor. Desde el año 2014 también reseña funciones y espectáculos. Realiza sus crónicas con un estilo peculiarmente poético, haciendo hincapié en el tema, y comentando las representaciones desde un punto de vista emocional, social y humano.
