Hoy tengo que preparar la cena. Cortar las zanahorias y la lechuga, hornear el pollo. Tener la mesa dispuesta. Aunque me den temblores, aunque no recuerde, no sé qué hago con el cuchillo en la mano, ¿por qué me espanta este silencio de voces que oigo en mi interior?
Hay un espejo del tiempo pasado, pero en él no me reflejo. Solo se ve un monstruo y no puedo ser yo. Me hago preguntas y no obtengo respuestas, nadie ha muerto, tengo las manos limpias y lavadas.
No me hagáis repetir la misma historia. Aquello no sucedió. Tres minutos es toda una vida, no os queréis dar cuenta.
Quien pudiera hablar así es Ana (María Castro) ante un suceso que se nos desvelará despacio, cargado de intriga y recuerdos olvidados. Tiene que defenderse. No entiende por qué ha de ensayar La coartada si solo preparaba la cena. Es ella la que debiera hacer las preguntas. ¿Qué pasó que no entiende nada? ¿Por qué me quitaste la casa? ¿Por qué no vuelve mi amigo? ¿Por qué no me abrazas?

En el texto de Christy Hall, versionado y dirigido por Bernabé Rico, las piezas se van desencajando para mostrarnos un puzle roto imposible de componer de nuevo. María Castro en su personaje busca una sonrisa que no encuentra. Busca una hija en sus brazos que se desvanece.
Y el pollo sigue asándose en el horno. La lechuga está lacia, y aun así no quiere resignarse.
Dani Muriel y Miguel Hermoso instan con sus palabras a una mujer que hace oídos sordos. No podrán mimarla, no se deja, es un rescoldo.
La trama de la obra nos lleva a un mundo de desconcierto psicológico, pétalos de rosa que se desprenden de la corola, ascuas y cenizas que no están apagadas del todo. Ella mantiene la esperanza, contempla el mundo con otros ojos, no ve a su hija entre emocionales escombros, solo hay un paisaje de besos que se empeñan en difuminar en llantos de soledad, incomprensión y deterioro.
En el río quedaron unos zapatos, en el lodo los sentimientos de espanto que no reconozco.
Hasta aquí la declaración, no hay otra coartada, eso es todo, miren mis manos, no están ensangrentadas, oigan mi corazón, está desbocado y libre, no me comprenden, no salgo de mi asombro.
No tengo la culpa, aún vivo esos tres minutos que, para mí, lo son todo.
Alberto Morate tiene el teatro como modus vivendi. Durante más de 40 años ha sido profesor de dramatización, ha dirigido grupos de teatro, ha escrito obras y ha interpretado ocasionalmente como actor. Desde el año 2014 también reseña funciones y espectáculos. Realiza sus crónicas con un estilo peculiarmente poético, haciendo hincapié en el tema, y comentando las representaciones desde un punto de vista emocional, social y humano.
