Hay personas a las que el éxito les hace cambiar. Y también el fracaso. O que quieren vivir otras vidas de repente y, lo que es peor, sin preocuparse del daño que van dejando a su paso. Dejan, no solo de habitar las casas, sino las almas, los cuerpos y los sentimientos de quien compartió con ellos los esfuerzos y proyectos.
No surge de repente el fogonazo. Se va fraguando despacio, lo que ocurre de repente es la decisión que se toma, acordonando fatigas, tristezas, silencios, olvidos, oscuridades que no quieren que el tiempo abra, porque eso nunca se ha olvidado.

No solo se arrastran maletas en un cambio drástico de relaciones. Se condiciona la risa, la forma de ver el panorama, el suelo se convierte en fango. Hay seres que piensan solo en ellos, pero van acumulando restos de naufragios. Puede que se estremezcan de vez en cuando, pero no deja de ser un fraude, escaparate de lo que quieren mostrar, mas son solo adornos sin valor humano.
En La profesora de literatura, adaptación al teatro en español de la novela de la austríaca Judith W. Taschler, con dirección del argentino-alemán Marcelo Díaz, hay todo lo mencionado anteriormente, y literatura. Literatura real y ficticia, inventada y vivida, sin poder saber dónde empieza una y dónde acaba otra, los personajes mezclados en ellas, después de tantos años, siguiendo un relato basado en hechos reales, quizás, que hicieron mucho daño.
David Aramburu y Patricia Gorlino son los protagonistas de este periplo a través de los años. Siguen los pasos de la seducción de nuevo, después de bastantes años. Pero se conocían de antes, demasiado bien, o quizás, no tanto. El triunfador que coronó el éxito gracias a ella, la profesora de literatura que escribe en la sombra sus padecimientos y, puede ser, también, su venganza. Nos van contando cómo se distanciaron, cómo se reencuentran, cómo fue lo que pudo haber sido y como solventan su desvinculado pasado.
Cada uno tiene sus justificaciones, cada uno trata de compensarlo, y cada uno leerá su relato a su manera, según le convenga, para que la narración tenga el suficiente suspense, la tensión necesaria, la literatura adecuada al lector que los está escuchando, ellos mismos, nosotros, los fantasmas de ese pasado.
Con una interpretación justa y medida, contenida, comprometida y atrayente, sin más armas que el texto, y la voz, y el buen hacer, la expresión, la rehumanización de personajes que ya estaban gastados. Con miedo a comprometerse de nuevo, comprometidos con el público, empuñarán la pistola de los sentimientos, y dispararán sin remedio, dando de lleno en el corazón de ambos.
Alberto Morate tiene el teatro como modus vivendi. Durante más de 40 años ha sido profesor de dramatización, ha dirigido grupos de teatro, ha escrito obras y ha interpretado ocasionalmente como actor. Desde el año 2014 también reseña funciones y espectáculos. Realiza sus crónicas con un estilo peculiarmente poético, haciendo hincapié en el tema, y comentando las representaciones desde un punto de vista emocional, social y humano.
