¡Como si el diablo no tuviera otra cosa que hacer que ir de casa en casa, de tejado en tejado, espiando a sus convecinos! Ahí se va a encontrar amores prohibidos, sombras de personas, mujeres rinocerontes, camas desechas, luces encendidas, y calles transitadas en subterfugios.
Pero si es que además resulta que el diablo, que también es cojo, o cojuelo, o tranco, o renco, o de pie quebrado, deviene en payaso, en bufón, en albardán, en perillán, en augusto, en clown internacionalmente, entonces nos topamos con la Compañía Rhum que están bien dispuestos a ello.
Hablan con Lluís Homar, que ya es decir mucho, y este les pide un clásico, pero que no sea el clásico clásico de turno, sin minusvalorar a aquellos en los que todos estamos pensando. Y manos a la obra, que no es obra, que es narrativa, le cargan el mochuelo a Juan Mayorga que ya sabe de estos delitos. Mayorga es muy Mayorga, anda que no saben estos tipos. Y confían, ni más ni menos, que en Ester Nadal, taller de comedia, creación, narradora, y yo qué sé cuántos más títulos para una dirección sin remilgos.
Y, entonces, deciden hacerlo circo. Circo de butacas y escenario circular, circo de nariz roja y cara blanca, circo de labios pequeñitos y habla grande, de luz y explosión, de música y de instinto, de bofetadas falsas y de espejos cóncavos y convexos, aquí está el tiempo detenido.
Pero si un día sus nietas, si las hubiere, tuvieran que contar su historia, dirían que sus abuelos empezaron de payasos y siguieron siéndolo, pero payasos clásicos, los que todos recordamos, queremos y necesitamos, que esta vida ya es demasiado clásica para que siga siendo siempre lo mismo.
El diablo cojuelo, pasen y vean, don Luis Vélez de Guevara puede que se halle entre el público. Público que somos nosotros, becarios por capricho, por querer enterarnos de qué ve el diablo en sus corredurías en plan cotillo.
Compañía Nacional de Teatro Clásico, claro, y por qué no, si no hay nada más tradicional y antiguo que reírse de nosotros mismos.
Sí, en el programa, menos mal que ya han vuelto los programas, todos hablan de dar saltos de alegría cuando les encomiendan el encarguito. Anda que no habrán tenido que currar, los benditos. Pero se ponen manos a la obra y te hace un instrumento de viento de una escalera, de un corpiño, de un micrófono, qué se yo, están locos estos tíos. Pero nosotros somos cómplices de este desatino que no es tal, que es espectáculo a lo fino, de variedades y de comedia, de drama y de musical, de monólogo y de mimo.
Y es que diablos cojuelos los hay por todos los sitios. Pero en estos momentos está en el Teatro de la Comedia, un clásico donde nos divertimos.
Alberto Morate tiene el teatro como modus vivendi. Durante más de 40 años ha sido profesor de dramatización, ha dirigido grupos de teatro, ha escrito obras y ha interpretado ocasionalmente como actor. Desde el año 2014 también reseña funciones y espectáculos. Realiza sus crónicas con un estilo peculiarmente poético, haciendo hincapié en el tema, y comentando las representaciones desde un punto de vista emocional, social y humano.
