El poeta suspira. En el centro de su mundo, en su corazón jadeante, en las calles de Nueva York, en su Granada que se le ha quedado pequeña. Observa y calla, pero escribe. Escribe lo que sus imágenes oníricas le sugieren. No es del todo surrealismo. Son pesadillas. Es un mundo distinto, más abierto, donde se hablan todos los idiomas, donde las miserias florecen y Lorca retrata con su corazón palpitante de poeta. No quiere morir, aunque se siente solo. Aturdido.
Hay un poeta pasado, el del Romacero Gitano, el que se hace famoso, pero él quiere indagar, patear esa ciudad que le ofrece mil emociones para crecer y no estancarse en el éxito. Deberá roer la gran manzana poco a poco.

También está el poeta condicional. El de que hubiera sido si… El poeta de un otoño que no llegó a vivirlo. El poeta que se revolvía contra él mismo y no se conformaba.
El poeta presente. El de ahora, el de hoy. El que transita las plazas y parques y se siente solo. El que está fatigado, pero no lo mostrará, porque para eso ya lo escribe con voz ronca. El que tiene los pies en la tierra, pero vuela, no puede conformarse con tener un solo ojo.
Y el poeta eterno. El que conocemos gracias a su universalidad e intemporalidad. El poeta de todos. El fruto que no deja de crecer, el que nos salvará del desdoro.
No quiere Federico ser solo de unos pocos. Ni de los poderosos. Ni de los pacatos y los santos. Ni siquiera de los profesores, de los otros poetas, de los religiosos, mucho menos de los políticos, quiere hablar en voz alta, quiere decir que el amor y los amantes pueden ser asesinados por una perdiz como singular historia de amor que se frustró sin remedio.
Mónica Tello, artífice irredenta y dramatizada de su pasión por Lorca, es la encargada de traernos su sabor. Su sabor flamenco, su lectura profunda, su palabra viva, su dolor y su sentimiento a raudales. Para ello se acompaña de profesionales de altura y talento. En la guitarra, (corazón malherido por cinco espadas), Rafael Salinero. En un alarde de virtuosidad etérea sacando el espíritu quejumbroso de los versos y el poeta, en la flauta está Edu García. Y un Lorca sentido y emocional, con el cante como voz poética, Juan José Amador. No le van a la zaga las dos bailarinas e intérpretes de esos Lorca verdaderos, Isabel Pamo y Beatriz Tello. Y entre músicas, cante, baile, versos, todo cuidado con esmero, nos reviven esta historia insólita, este canto aquejado de ausencia, este brote de luz en el panorama escénico. Amantes asesinados por una perdiz, que luego no se comieron.
Alberto Morate tiene el teatro como modus vivendi. Durante más de 40 años ha sido profesor de dramatización, ha dirigido grupos de teatro, ha escrito obras y ha interpretado ocasionalmente como actor. Desde el año 2014 también reseña funciones y espectáculos. Realiza sus crónicas con un estilo peculiarmente poético, haciendo hincapié en el tema, y comentando las representaciones desde un punto de vista emocional, social y humano.
