Juan José Millás ha sido un verano más el autor más multitudinario de los ya clásicos ‘Martes Literarios’ de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander. Cual gran estrella del rock, se instalaron pantallas fuera del recinto para poder escuchar a este autor que cuenta a sus lectores por millares. El autor de La mujer loca estuvo en la capital cántabra participando en el curso sobre Literatura y locura de la prestigiosa universidad de verano con sede en el Palacio de la Magdalena de la capital cántabra. Una ocasión única e irrepetible para poder charlar con este maestro de la palabra por primera vez DESDE MI BUTACA.
Comentaba uno de sus referentes en el columnismo, Manuel Alcántara, que un articulista es un conversador por escrito…
Hay mil modos de decirlo, pero Manuel Alcántara lo ha definido muy bien. En cierto modo, es una conversación por el hecho de que mucha gente te para como reacción a tus columnas y hablas con ellos. Alcántara fue uno de los primeros columnistas que yo leía en la prensa diaria. Por fortuna, hemos tenido muy buenos columnistas en este país. El periódico me sigue pareciendo un artefacto maravilloso como ya me lo parecía de pequeño. Escribir en un periódico es una de las mejores cosas que puedes hacer en tu vida.
¿Cómo nace ese deseo de ‘desnudar las palabras’ como hace la protagonista de La mujer loca en el propio Juan José Millás?
Nace del conflicto con la realidad. El lenguaje es una forma de realidad. Yo no entendía de pequeño que al decir la palabra ‘casa’ viese en mi cabeza una casa, pero en cambio si decía ‘Ca’ no veía media casa. La extrañeza, la relación entre la realidad y la palabra. Me provocaba una gran extrañeza que las cosas se podrían haber llamado de otro modo. ¿Cómo es posible haber creado un sistema tan diabólico como la lengua y que la relación entre la palabra y la cosa sea tan arbitraria? Es el conflicto con la realidad lo que te lleva a intentar escribir bien, a intentar acariciar con las yemas de los dedos el otro lado.
En La mujer loca de nuevo Millás es protagonista, ¿Cómo perder el pudor a hablar de uno mismo a través de la novela?
El pudor es una cosa que hace mucho daño al escritor. Cuanto antes lo pierdes, mejor será tu trabajo. Yo lo perdí hace muchos años. Cuando publiqué mi primera novela, después de la emoción inicial por ver mi nombre en el libro, me entró cierto pudor al pensar que esos detalles autobiográficos que había incluido iban a ser leídos por mi familia. Luego, lo publiqué y vi que no pasaba absolutamente nada. En ese momento, me di cuenta de que el pudor podía ser un lastre.
“Se escribe de oído, no hay una partitura prefijada” como me comentaba Marcos Ordóñez, ¿Cómo es el proceso de escritura de una novela en sus palabras?
El proceso de escritura de una novela es algo muy misterioso. Sólo si llevas una especie de diario puedes intentar desentrañar ese misterio. A veces, las ideas te surgen en los lugares más insospechados. Cuando la novela se va construyendo, vas olvidando los detalles de cómo has llegado a ella. Fundamentalmente es una cuestión de oído. Tienes que escuchar todo lo que has escrito. La solución está en lo que has escrito. Desde el momento en que escribes las primeras cuarenta páginas de la novela, ya está contenido todo ahí. El trabajo de un buen escritor es saber escuchar lo que se esconde en esas primeras páginas.
En una cultura en que prima la imagen, ¿Cómo despertar el ‘aparato imaginario’ de las nuevas generaciones?
El aparato imaginario le tenemos todos, pero se reprime. En el mundo de los videojuegos, veo mucha imaginación. Pero está claro que hay que cultivarlo como un músculo para que no se atrofie. El acercamiento a cualquier arte es un modo de cultivarlo. Está bien el videojuego, el cine… En ese conjunto de cosas, la lectura resulta primordial también.
En La lengua madre le picó ‘el veneno del teatro’ con su gran amigo Juan Diego…
Ha sido una experiencia fantástica. Hace 12 años escribí un monólogo para Magüi Mira y fue un éxito rotundo. Ahora he podido repetir en el teatro con un actor como Juan Diego, que es uno de los grandes actores de este país. Yo siempre digo que si hubiese nacido en América sería un Robert De Niro. Estamos muy satisfechos con la experiencia. A mi me gustaría escribir más teatro, pero no tengo tiempo para todo. Lo que más me ha gustado es poder ver el teatro desde dentro. Poder asistir a los ensayos es algo maravilloso. El teatro es el origen de todo, es el templo de la palabra. Fíjate como muchos directores de cine cuando se hacen mayores se meten en el teatro. La lengua madre tiene mucho que ver con todo eso. Está basada en una conferencia que yo había dado muchas veces y que tenía siempre mucho éxito. La gente se lo pasaba muy bien, como si estuviesen asistiendo a una representación teatral y por eso se me ocurrió que era una buena idea para un monólogo.
En un lugar tan evocador como el Palacio de la Magdalena, ¿Con qué tipo de historias le gustaría seguir haciendo imaginar a sus lectores a Juanjo Millás?
Quizás una de fantasmas. Veo una historia con un caserón lleno de escaleras secretas. Llegar a conocer el Palacio de la Magdalena me parece casi imposible, lo que ayuda mucho al tema del misterio. Ayer cuando llegué se colaron por mi ventana las imágenes de una gran tormenta y eso le da una atmósfera muy especial a este lugar, aunque en el fondo no se muy bien qué historia escribiría aquí.