Nuria González nunca quiso traspasar la Cuarta Pared. La aterraba la idea de enfrentar su mirada a la del espectador. Ahora en Taitantos ha conseguido que la mirada del público sea su mejor cómplice. Sola sobre el escenario se mete en la piel de una bloguera de moda que a sus taitantos ve como se su mundo cae ante sus ojos. La actriz se prepara en el camerino, donde se da los últimos retoques. Un personaje a años luz de una actriz que admite vivir lo más ajena posible de la parte de imagen que tiene su profesión: «Soy un poco antiestética y cuando me siento observada tengo una inseguridad muy grande». Esta actriz, cuyo lugar natural es el escenario, se ha movido con igual soltura en la televisión y en el cine, donde tuvo uno de esos escasos personajes de enjundia para mujeres de cierta edad: Mataharis. Y si no hubiese sido actriz, ¿Qué profesión hubiese ejercido con gusto? Jardinera. Con la protagonista de Tres de Juan Carlos Rubio charló por primera vez DESDE MI BUTACA.
La obra también está triunfando fuera de España, ¿Qué cree que tiene Taitantos para que funcione tan bien?
Es un tema universal, a todo el mundo le implica ya sea física o intelectualmente.
¿Cómo se consigue tras más de un año que la función conserve la frescura?
Debes tener la sensación de que es la primera vez que haces la obra. Dejar que salga el personaje a la vez que lo va conociendo el público. No te puedes ceñir a un esquema prefijado. Sigo las directrices de Coté Soler, pero es mejor que nazca el personaje en cada representación.
Estrenó en uno de los teatros más emblemáticos de Madrid, el Lara…
Fue muy especial, el equipo es maravilloso. Ensayamos allí en una sala que tienen para ensayar. Es un lugar mágico. Cuando se enciende el patio de butacas al final de la función, es estremecedor. Es un lugar tan bonito… Es una verdadera joya.
Las actrices se quejan de que llegadas a cierta edad las cuesta encontrar papeles con enjundia, ¿Cómo se siente Nuria González a sus taitantos?
Yo no me puedo quejar. Susana es un personaje de mi cuerda al que puedo interpretar con gusto. La temática de la mujer madura ha pasado muy desapercibida. Hay una abuela o una señora que cocina, pero no suele ser el centro de atención. Escasean los papeles protagónicos de mujer madura. En una serie, puede haber una única mujer de edad protagonista y en cambio hay un puñado de jovencitas. Con los hombres es diferente. Con cincuenta pueden ser un galán, un maduro interesante. Una mujer de esa edad tiene que estar muy bien para resultar seductora.
Ha dicho que «En el teatro el público ve a través de los ojos del personaje», ¿Se ha acrecentado esa sensación con un montaje tan ‘desnudo’ como éste?
Naturalmente, en esta obra he necesitado la compañía del público más que nunca. Cuando no tienes compañeros en escena te falta una energía y unos estímulos que te envían y que son distintos cada día. En los ensayos, estar sola me daba mucho miedo. Cuando empezó a venir el público, la cosa cambió. El público lleva la respiración de Susana. Poder sentir el aliento del público y poder mirarlo a los ojos es mágico. Nunca había sentido esa sensación. Yo era la típica actriz que no quería hacer cabaret para no romper la Cuarta Pared. Me daba mucho respeto mirar a los ojos al público. Tengo la suerte de ser miope y eso creo que ha hecho que me atreva aún más. En sus rostros nebulosos sí que veo las sonrisas de la gente y sus emociones. Estos son los estímulos que utilizo.
Aquí y ahora, ¿Por qué el teatro es un buen lugar para contar historias para Nuria González?
Yo quise ser actriz para trabajar en el teatro. Me vine a Madrid para subirme al escenario. Luego he hecho de todo. He aprendido mucho en la televisión de hecho. El cine es fascinante también, pero el teatro es la cuna, es el lugar en el que yo elegí estar. Yo quería contar historias en el teatro, un templo en el que se reúne gente para vivir una misma historia. Es comunicación con mayúsculas. Es muy poco habitual en nuestra cultura que se den estas circunstancias. En el teatro se realiza la comunión, vivimos todos una misma historia y eso produce auténticas estelas de energía.

Tres, La monja alférez y 9 minutos la han unido al nombre de Juan Carlos Rubio, ¿Siente que comparte la misma mirada sobre este oficio?
Juan Carlos Rubio está en mi vida, es mi amigo, mi hermano. Primero fue un guionista al que no conocía. Hizo el guión de la película El calentito y de varios episodios de Manos a la obra. He hecho televisión, cine y teatro con él. Al principio no le conocía, pero luego he tenido la suerte de compartir con él varias experiencias teatrales. Juan Carlos tiene el talento, la humildad y la generosidad. Es muy difícil que un director te comprenda con solo mirarte y él tiene esa cualidad. Tiene un grado de empatía con el actor muy grande. No solo por haber sido actor, no todos valen para dirigir. Él es un milagro de comunicación para los actores. Te pone en antecedentes y trabaja por delante de tus inseguridades. Si te dice que te subas a una montaña rusa, lo haces encantada.
Fue mala, malísima en el programa El rival mal débil, ¿Llegaron a tenerla miedo los espectadores?
Desde luego. La gente se piensa que soy una hija de puta integral. En el fondo, el actor trabaja con todas sus emociones. Con su risa, con su llanto y por supuesto con su mala leche. De algún lado tuve que sacar las malas pulgas del personaje. La gente está precavida y con motivos además. Lo bueno es que llegué a ese tipo de público que sólo ve concursos.
Da la impresión de que vive un poco ajena a la parte más expuesta de este oficio, ¿Qué suponen las alfombras rojas para Nuria González?
Me verás en pocos photocalls. Sólo voy cuando tengo que promocionar un trabajo. Yo no se posar, me pongo en modo sonrisa congelada. Esa preocupación de qué tienes que ponerte es un poco pesado. Aparecer en público sin personaje no me gusta. Lo hago, pero no me gusta. Yo no me maquillo, me peino por obligación… Soy un poco antiestética y cuando me siento observada tengo una inseguridad muy grande.
Aunque cueste encontrar personajes buenos para mujeres de cierta edad el cine le granjeó un gran personaje en Mataharis…
Disfruté tanto haciendo un personaje tan contenido, tan caracol. Es un trabajo que no había hecho. Suelo hacer personajes muy seguros. Ella era insegura, antigesto. Carmen era un personaje para coger con algodones. El elenco era maravilloso tanto como el personaje y la directora.
Y volvió a coincidir con Fernando Cayo, actor con el que coincidió en Manos a la obra…
Desde luego. Es un actor maravilloso, toca las cosas de una forma… Me encanta verle cómo se mueve en los espacios, cómo los posee con una facilidad impresionante.
De pequeña, ¿Nuria González dijo aquello de mamá quiero ser artista?
No, yo era de ver Estudio 1 y admirar a gente como Lola Herrera, pero nada más. En Málaga, el teatro estaba cerrado y se usaba como cine. Cuando lo abrieron, empecé a ver funciones. Me gustaba más escribir. Me subí al escenario por casualidad a los 17 años y en ese momento supe que algo había cambiado en mi vida. Un amigo estaba montando un grupo de teatro y necesitaba chicas y así empecé. Allí me encontré a la persona que me dijo que estudiara Arte Dramático, Leovigildo García Molina. Él me dijo que podría vivir de este oficio y en ese momento me hizo el favor de mi vida. Ese grado de confianza que tenía en mi fue lo que me hizo dedicarme a esto. Yo no creía en mis posibilidades y no sabía que se podía estudiar. Te contaré que yo estudiaba en Málaga música y ballet y estaba en el mismo edificio. Escuchaba voces raras, pero no sabía que eso era teatro. Yo estaba a mis cosas, a mi música y no me daba cuenta de nada. No fui una niña que quisiera ser artista de pequeña.
Ha comentado que el día que le deje de interesar esta profesión se meterá a jardinera…
Me encanta, ¡Te has leído todas mis entrevistas! Llegó un momento en el que me di cuenta de que no sabía hacer otra cosa que actuar. Me planteé volver a la radio, pero lo pensé bien y caí en la cuenta de que la cosa iba a estar igual de complicada que en el teatro. Lo pensaba con presión hasta que un día relajadamente me pregunté qué podría haber sido yo con placer si no hubiese sido actriz. Podría haber sido feliz sin haber probado el veneno del teatro si me hubiese hecho jardinera, pero una vez que pruebas esta droga eres incapaz de desengancharte.
¿Con qué tipo de proyectos le gustaría seguir ‘jugando’ a esta profesión a Nuria González?
En pocos montajes he tenido tanta sensación de juego como en La monja alférez. Jugábamos a las espaditas, a las luchas, a hacer magia… Era una paliza muy grande, pero todo se hizo jugando y a la vez trabajando muy duro. Me gustaría hacer cosas muy distintas. Estoy muy motivada con una serie de televisión, Rabia, para Telecinco. Es de género. Yo sólo había hecho una Película para no dormir. Y la verdad es que me encanta. Soy espectadora de terror, me encanta. Si no produce lo que quiere, el terror es desternillante y eso me parece maravilloso.