En esta reseña conjunto nos vamos a referir DESDE MI BUTACA a tres montajes teatrales y una película que ahondan en el carácter del artista, en unos tiempos en los que la cultura ha dejado de ser una prioridad, ¿Realmente alguna vez lo ha sido?, para la clase política que maltrata al arte con un despiadado 21% de I.V.A Voy a referirme a Ay Carmela, Por los ojos de Raquel Meller, El fántastico Francis Hardy, Curandero y El Payaso en orden en que disfrutamos de estas bellísimas propuestas.
El pasado martes, Andrés Vicente Gómez, con el que hablamos y cuya entrevista pronto podréis disfrutar DESDE MI BUTACA, presentó ante los medios ¡Ay, Carmela! La novedad es que ahora es un musical, aunque en realidad la obra de Sanchis Sinisterra siempre ha tenido algo de musical. Es una de las obras más representadas en las últimas décadas y aún guardo en la retina la reciente producción con esa bestia escénica maravillosa que es Santiago Ramos. Para esta versión musical se han escogido dos actores que atraen a mucho público por sus papeles televisivos, pero eso da igual. Lo importante es que son unos soberbios actores. Javier Gutiérrez demuestra en cada montaje que ha nacido para la escena. Es un Paulino delicioso, divertido, que coge el testigo de sus predecesores y brilla, cosa que no por habitual en su caso deja de sorprendernos. No canta mucho, pero lo compensa con desparpajo y TABLAS. Inma Cuesta enamora gracias a su voz, que emana ‘duende’, que enamora. Está la esencia de la maravillosa obra de Sanchis y si la excusa para recuperarla es este remozado musical con adaptación del gran José Luis García Sánchez, bienvenido sea. Siempre hay motivos para recuperar la historia de estos dos maravillosos cómicos de la legua y más ahora que tantas penurias está pasando el mundo del teatro. Y por supuesto, también es un ejercicio teatral de memoria histórica como la obra original, no nos olvidemos. La firma de Andrés Lima se nota sobre todo en una dirección en que todos los actores están a la altura.
Cuando uno va a ver algo de la calidad de Por los ojos de Raquel Meller se pregunta cómo es posible que algo así no tenga mayor visibilidad. Es el ejemplo perfecto de que existe la excelencia artística en algunas salas de Madrid. La Sala Tribueñe defiende el teatro hecho con ñ, el de nuestras raíces. Nada a contracorriente, recupera la figura de un cupletista famosísima en estos tiempos en que todo lo que suene a «españolidad» tira para atrás a parte del respetable. «Si quiere conocerme el rey, que venga al teatro. Hay la misma distancia de aquí a palacio que de palacio a aquí». De costurera humilde a estrella internacional que llegó a protagonizar varias películas. Se dice que actuó delante de grandes estrellas e influyentes personajes de la vida pública de la época. Una artista que se construyó un personaje, una diva en toda regla: «No conozco más artistas que yo misma», llega a afirmar en un ataque de sinceridad en la brillante puesta en escena de Hugo Pérez. Por los ojos de Raquel Meller demuestra que se puede hacer un musical genuinamente español, sin depender unicamente de franquicias traídas de Broadway y Londres. Aclarar también que no es un biopic al uso, sino una mezcla de hechos históricos con meras invenciones y maravillosas ensoñaciones nacidas de la creativa mente de Pérez que funde en algunas escenas a la Meller joven y anciana. Un montaje que es todo un ejercicio de estilo con unos intérpretes sensacionales, una escenografía y un vestuario imaginativos y coloristas y un conjunto al nivel de cualquier espectáculo «grande» de la Gran Vía.
Lo mismo se podría decir del trabajo que hacen en el Teatro La Guindalera. Ayer por fin tuve la suerte de una de las sensaciones teatrales de la temporada pasada. El fantástico Francis Hardy. Curandero. Con un texto brillante y tres intérpretes que lo dan todo en el escenario. Un teatro esencial, en que la palabra pasa a primer término gracias a la emoción contenida de tres sobresalientes intérpretes. La obra se vertebra a través de varios monólogos en que los tres intérpretes miran de frente al público en la acogedora sala de la que nos despediremos brindando con los actores con un licor de guindas. Este curandero, al que da vida Bruno Lastra , encandila al público, nos mira a los ojos y nos engatusa cuando nos cuenta cómo descubrió ese don que le ha convertido en «artista» y que tanto ha hecho sufrir a su querida Grace. Vive absorbida por la ficción de Frank: «Soy uno de sus personajes de ficción. No se si podría vivir sin su sustento» confiesa desgarradamente antes de contarnos un hecho trágico del pasado que la ha marcado. María Pastor es una actriz magnética, pura emoción, a la que desde el momento que pisa el escenario he visto inevitablemente como la dignísima sucesora de Vicky Peña. Vive sumida en un pasado en el que ella desaparecía para su marido cuando la actuación comenzaba al son de The way you like tonight. En ese momento, ella se sorprendía admirando a ese miserable charlatán. ¿Qué debe tener un artista? se plantea el representante de Frank: Ambición, talento y no saber cómo funciona ese talento. Una gran reflexión sobre los artistas en manos de un intérprete, Felipe Andrés, dotado de un talento interpretativo superlativo. Muy cómodo cuando nos aligera la «densa» función hablando de sus clienta que hablaba palomo, pero con la emoción a flor de piel cuando los recuerdos brotan de nuevo. Y todo lo hacía Frank, incluido ese daño que corroe a su querida esposa, por buscar la excelencia como artista. Sí, él buscaba desde lo más hondo de su ser la excelencia que le granjease el aplauso del público. Una excelencia que consigue el equipo de La Guindalera con esta verdadera obra de arte.
El payaso hace reír al público, pero ¿Quién hace reír al payaso? Cada tarde antes de la función, los payasos tienen que conocer los nombres del tonto del pueblo, el alcalde y algún chismorreo para hacer alguna gracieta. Un ritual que se repite una y otra vez en esta tribu de nómadas solitarios que presenta la película El payaso. Nuestro protagonista hace reír al público, pero él tiene otras ambiciones. Quiere tener un domicilio fijo, una mujer y… un ventilador. Un ventilador al que me mira fijamente en su imaginación, mientras se lleva el viento el polvo del caluroso camino, ¿Hacia dónde le llevarán sus aspas? Hacia un pueblecito, Passos, que se convierte en su particular Meca, en la que encontrar la felicidad. Dotada de un humor caústico, esa escena con el alcalde y su hijo «artista» es para recordar tanto como la del jefe de policía y la muda del pelo de su gato, El payaso es una película que llega al alma del espectador en cada fotograma con estos maravillosos personajes circenses que despertarán la simpatía del espectador, ¿Quién dijo que el circo había muerto?