Toda historia tiene un comienzo y quizás el primer «flechazo» teatral de Juan José Campanella lo tuvo viendo una obra que muchos años después volvería a su vida primero en Argentina y en estos momentos en España. Se trataba de Parque Lezama, una función que ha influido en su carrera mucho más de lo que pudiera parecer a priori. Allí, los personajes se encontraban en un lugar donde se relacionaban con extraños. Algo recurrente en su cine con espacios que van del Tribunal de El secreto de sus ojos al famoso club de Luna de Avellaneda. Es allí, en esos lugares donde se crean «familias que no son de sangre», donde el ganador del Oscar ha encontrado inspiración muchas veces.
Su segundo debut teatral. A pesar del recurrente titular del debut de Campanella en el teatro, lo cierto es que el cineasta ya tuvo una primera experiencia. Eso sí, fue como autor y no como director. Tenía 23 años y en esa aventura lo acompañó Fernando Castets -que se convirtió en su mano derecha creativa desde que se conocieron estudiando cine en 1979- y su inseparable Eduardo Blanco, protagonista de muchas de sus películas y de este Parque Lezama que mañana tendrá su estreno oficial en el madrileño Teatro Fígaro. Ya desde entonces, los tres se han convertido en «hermanos de vida». De hecho, se encontraron recientemente en una cena en la capital española.
Así nos hablaba de Parque Lezama en 2014
Hace cinco años, el director participaba en un curso en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo y aprovechamos para que nos contase un poco sobre Parque Lezama.
«La vi tres veces en 1985, es mi obra favorita, la leí y vi la película y fue muy influyente en mi carrera. De hecho, llevaba 30 años detrás de los derechos. El autor no quería que se tocase ni una coma del texto, pero gracias al Oscar conseguí que viese mi trabajo y se fiase de mí. Tiene un humor judío americano que tiene mucho que ver con el italiano… Tiene todos los temas que me interesan, ya que logra resumir la vida: La vejez, el balance de nuestra existencia y el conformismo versus el compromiso, hasta qué punto nos implicamos en las cosas que pasan. Todo eso con un texto que te hace reírte y emocionarte. El público está entrando muy bien en la obra. Además, estaba tan metido en la onda tecnología tras Metegol que necesitaba desintoxicarme. Así, me metí a ensayar en un viejo teatro en el que no había ni cobertura. Y por supuesto, volver a trabajar con Eduardo Blanco, que llevábamos 10 años sin trabajar juntos, era un aliciente muy grande también».
Ya de vuelta a este septiembre de 2019 en que tiene lugar este nuevo encuentro, Campanella nos señala que: «Es importante que cada espectador se ilumine con su propio equipaje, que se lleve su propio mensaje de la función». Para él, esta obra habla en el fondo de ese momento en que «uno deja de vivir para sobrevivir, cuando uno se sienta a esperar la muerte». Parece que la experiencia teatral le tiene completamente hechizado cuando nos comenta que: «he abrazado al teatro con locura». Buena fe de ello da que está al frente de un futuro teatro en Argentina y que ya puede avanzar que le tendremos de vuelta en España con otra experiencia escénica en 2021. Todo ello parece que se debe a esa sensación de ‘mirón’ a que somete el teatro al público. Y es que para él, la escena recoge «una situación de vida en la que el espectador elige a quién mirar».
«Llegó un momento en que durante los ensayos necesitamos al público». Si algo ha aprendido Campanella de este Parque Lezama es la importancia del que escucha desde su butaca: «El público con sus risas son el director de orquesta». No podemos olvidar que aunque los actores hagan como que hablan entre sí, en el fondo dirigen sus palabras al público que con sus reacciones marcan el timing de la función. A tenor de los primeros días de previas en el Fígaro, con llenos diarios, el público español ha entrado muy bien en esta historia que han traído a España Smedia y Seda de la mano de la productora argentina El Tío Caracoles. Para ello se ha reformado el teatro para adaptarse a las características del montaje. Para este estreno, Campanella ha vuelto a sentir ese cosquilleo en el estómago al tratarse de un medio como el teatro, pero siempre con la confianza que da una obra de sobrada eficacia a nivel internacional, aunque siempre con su sello.
El cuento de las comadrejas, un canto de amor a los actores. Más allá de la apariencia satírica de la nueva cinta de Campanella se encuentra un guión que pone en valor a los intérpretes. Muy al contrario de la cinta en la que se inspiró – Los muchachos de antes no usaban arsénico– que partió de una cierta desidia hacia el mundo actoral tras una mala experiencia de su creador, Campanella ha querido hacer una versión muy libre de una historia ya existente. Algo habitual en su filmografía con títulos como El secreto de sus ojos, también basado en un original literario y coadaptado con el propio autor de la novela. En defnitiva, se trata de hacer nuevas creaciones a partir del original y «que se puedan disfrutar en un programa doble de manera individual sin necesitarse la una a la otra».
Con la mirada puesta en sus compromisos teatrales y preocupado por la acuciante situación en Argentina, este director que añora el cine de Berlanga que está seguro «se hubiese atrevido con temas que ahora mismo son intocables», nos avanza que siempre tiene puesto un ojo en su productor cinematográfico español, Gerardo Herrero, con el que espera poder seguir dando alegrías cinéfilas en los próximos años. De momento, nos toca acercarnos al madrileño Teatro Fígaro para seguir disfrutando del talento de Campanella con Parque Lezama.